Borrar

Oigo, desde mi ventana, una ambulancia que llega y se detiene frente a mi casa. No es un sonido infrecuente. Ni siquiera en aquellos lejanísimos ... tiempos en los que aún no sospechábamos que se avecinaba una pandemia. Allí, a doscientos metros, hay una residencia de ancianos, cuyo interior desconozco. Desde fuera, parece hermosa. Cuenta con un bonito jardín que rodea el sobrio edificio y cuando la reja se abre, el camino resulta señorial. Como el de esas casas de otro tiempo donde se guardaban secretos indestructibles. En este caserón reconvertido, seguro que también quedan unos cuantos, tras los labios cerrados de los viejitos que tantas veces veían esperar ansiosos a los suyos, tras la reja, y, sobre todo, sus besos. Besos que añadir a los de toda su vida. Besos, que les curaban de la espera y la soledad. Besos que les hacían sentir que aún no habían muerto del todo, aunque a veces ya no se sintieran vivos.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Sigues a Marta Robles. Gestiona tus autores en Mis intereses.

Contenido guardado. Encuéntralo en tu área personal.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

lagacetadesalamanca Vivir sin besos