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Otro punto de vista. La terraza de San Esteban ya permite observar con fascinación la fiesta de torres, cimborrios y cúpulas que sobresale de los ... tejados del caserío del casco antiguo. Lo conocían muy bien los dominicos que ingresaban en el convento. Casi es una visión mística. Hace unos días su prior, Ricardo de Luis, me llevó por los claustros del convento contando sus historias y en el viejo huerto, entre el sanatorio conventual y los restos de la vieja muralla, nos detuvimos para ver ese festín de torres. Pocas alturas terrenales quedan ya por alcanzar en Salamanca: Ierónimus, Scala Coeli y ahora San Esteban. Sobre una de las tres fachadas orfebres de Salamanca; las otras son la universitaria y la catedralicia. La de San Esteban al atardecer se hace oro o fuego. El sol dora, como diría Unamuno, esa fachada. Y en ella, y en los claustros y el huerto, el ruido de la campaña electoral queda lejos.
Esta semana hemos aprendido que los partidos hay que jugarlos, que los marcadores se remontan —aún dura el disgusto de mis amigos culés— y que hasta el rabo todo es toro. Y sí, aunque no sean tiempos —o sí— le debemos una escultura en La Glorieta a Emilio Ortuño “Jumillano”, porque ese estatuario no está completo sin su figura. Cuando el Día de Europa se apagaba se encendían de nuevo los focos de la fiesta electoral, en la que se hablará poco de Europa con lo que esta supone. Europa es el Duero, que hace raya con Portugal, y los fortines que nos defendían, y el eco de los cañones napoleónicos, y cumbres hispano francesas o portuguesas, con Chirac o Antonio Guterres, y el 2002, el honoris causa a Jean Claude Juncker, y la Vía de la Plata y el Camino de Santiago, o los “erasmus”, que tienen a Salamanca como destino favorito, la misma ciudad que acogió en malos tiempos a irlandeses y escoceses, y que visitaron Mary Robinson, presidenta irlandesa, o los príncipes de Gales, Carlos y Diana. Europa no nos es ajena más allá de la PAC. La Plaza Mayor es plaza mayor de Europa, de las más hermosas del continente y del mundo. Comenzó a hacerse el 10 de mayo de 1729, como está escrito en la lápida conmemorativa del Pabellón Real. En tan señalado día los obreros que la construían recibían vino, queso, pan y aceitunas, y desconozco si el convite entraba en convenio, pero así se hacía. Plaza de Europa y plaza del libro. Mañana se inaugura la feria y con ella el escenario en el que escuchar a Agustín Fernández Mallo, Antonio Colinas, Nuria Labari, Antonio Soler, Karina Saiz, Elvira Navarro, Ernesto Pérez Zúñiga, Sofía Montero, Raúl Rivas, Ricardo López Serrano, Paco Cañamero...gentes de letras, como Cervantes, Fray Luis de León, Unamuno, San Juan de la Cruz o Santa Teresa, protagonistas de medallones placeros, que siguen esperando que se sume al vecindario Carmen Martín Gaite, nuestra “Carmina”. Yo defiendo esa incorporación. Ningún mal le puede hacer a la Plaza Mayor sino todo lo contrario, porque la escritora la amaba igual que a cada piedra de esta ciudad.
Doscientos noventa años se cumplen hoy del comienzo de la Plaza Mayor, que doran el sol y la luz artificial y artística (otra visión mística), y pulen los jóvenes que se sientan en sus losas a hablar de sus cosas, que no son las de los mayores que pueblan las terrazas o les esquivan paseando. La Plaza Mayor de Salamanca es mucha plaza, como Europa es mucha Europa, aunque algunos se empeñen en demostrar lo contrario. Solo es preciso creer en ella.
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