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Hace ya varias semanas me llegó el “audio” de una conferencia o rueda de prensa o algo así, ofrecida por un partido político que no ... voy a nombrar, pero que el sagaz lector podrá deducir a poco que se fije en las borriqueces allí vertidas. Venía a decir literalmente la ínclita vocera a propósito de los repuntes de la pandemia:” Con este virus... que ha mutado ya en un par de ocasiones para que no lo pillen, nos está dando la naturaleza un aviso de que puede ser que estemos llenando la tierra de muchas personas mayores y no de jóvenes”. Me consta que estas declaraciones han sido objeto de toda una revolución en las redes sociales y que la infeliz bocazas no sabrá a estas alturas dónde meterse a nada de dignidad que tenga. Triste y efímera gloria la suya.
Lo anterior me lleva a considerar el papel de las “personas mayores” en nuestra sociedad actual, habida cuenta de lo escalofriante de las cifras de defunciones en la soledad de muchas residencias como consecuencia de la pandemia vírica puñetera. En alguna otra ocasión he abordado el cruel tema de las muertes en soledad, de los ancianos que fallecen sin que nadie se percate de su ausencia hasta que, transcurrido un tiempo, los vecinos, o el tendero, los echan en falta y dan aviso a las autoridades que acuden para descubrir un cadáver momificado frente al televisor encendido.
Acerca del abandono de los “viejos” existen varias leyendas. Una de esas narraciones populares de transmisión oral nos habla del labrador que, urgido por su mujer, echa al padre de casa equipado con un poco de dinero, una muda y una manta que el nieto le baja del desván. Cuando llegan a la puerta abuelo y nieto, éste rasga en dos la manta y le entrega sólo la mitad al anciano. Intrigado el padre le pregunta el porqué de esa partición, a lo que el muchacho responde: “La otra mitad la guardaré para cuando seas viejo y tenga que dártela a ti”.
Esta historia tiene varias derivaciones y adaptaciones en la tradición popular española. En vez de la manta, puede ser una escudilla en la que comería aparte en un rincón de la cocina el torpe anciano, alejado de la mesa familiar. Existen creencias entre antiguas tribus que, a fin de aliviar las penalidades de la senectud, optaban por envenenar, despeñar o simplemente abandonar a los viejos (curiosa forma de eutanasia), lo cual contrasta con la veneración de que las personas mayores son objeto en culturas orientales, como la japonesa. La mitología griega nos dice que Eneas llevó a su padre Anquises a hombros para huir con él y así poder salvarlo de la incendiada Troya. Es otro buen ejemplo de amor hacia quienes tanta sabiduría atesoran y no merecen nuestro olvido. Cicerón decía que la vida de los muertos está en la memoria de los vivos. A esos mayores, en vida, nos debemos. Luego será tarde.
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