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EL señor Isidro, alias el Curvas, recogía, amparado en la oscuridad de la noche, los aceites utilizados en alguna de las freidurías salmantinas que durante ... horas habían visto sumergirse y bullir en chisporroteante alborozo ancas de rana, sardas del Tormes, calamares y cualquier otro alimento impreso en la carta de raciones. Ni que decir tiene que el grado de oxidación de ese aceite debía de superar los límites aptos para el consumo. Ajeno a este pequeño detalle, el señor Isidro colocaba los recipientes en la Vespa y uncido bajo el peso de la joroba salía disparado hacia su cuchitril de Peñuelas de San Blas. Allí, aquella turbia sustancia doraba los churros que la señá Pura iba depositando en el ardiente balde de freír.

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