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Pongamos que hablo de Madrid, que diría el gran Joaquín Sabina, de cuyas elecciones seguiremos hablando más allá de mañana. Algo dentro de mí ... lo dice. Ese Madrid que envidia que aquí se pueda ir andando a todas partes y sin prisa, que podríamos proclamar ya como el fundamento de vivir a la salmantina. No tenemos prisa, sometidos por un entorno monumental que el tiempo y el cantero han ido tallando con calma infinita y una historia solemne y gloriosa. Una vida a la salmantina con nuestros chatos, cañas y los seculares pinchos; el gusto por la noche, los paseos y el grupo; por la cultura en general, y la necesidad de bajar a la Plaza Mayor e ir los parques o al campo. Pero, sobre todo, con lamentos permanentes por todo, la sensación de estar olvidados y criticarnos con saña a la menor. Llevamos un cilicio permanente a la cintura y nos gusta apretarlo de vez en cuando. Verá lo que pasa con las ayudas europeas. Quizás el concejal de Turismo, Fernando Castaño, pueda sacarle partido a lo positivo de esa vida a la salmantina, donde también hay callos a la madrileña, como aquellos maravillosos de Marciana, en Peñaranda; pastelería a la madrileña y devoción por los clubes de fútbol madrileños, donde militaron ilustres salmantinos, como Pruden o Vicente del Bosque. La vida a la salmantina es el antídoto de vivir a la madrileña, viendo el desembarco de miles de gatos en Salamanca cada fin de semana y puente. Cosas del hechizo salmantino, diría Cervantes, vecino de la Corte, pero también de la necesidad de cambiar de aires. Madrid es el destino vital de nuestros jóvenes, y Salamanca es la casa de reposo de los madrileños afectados de su modo de vida a la madrileña, que algunos llevan como una cruz. Mañana, por cierto, jornada de reflexión en Madrid, se despliega por Salamanca la fiesta de la Cruz de Mayo, como se conoce en muchas localidades. Otra fiesta sin celebración.
Estos días tenemos en la Plaza de la Concordia un pequeño y fotográfico Museo del Prado gracias a la Fundación Iberdrola, que preside el salmantino Ignacio Sánchez Galán. Años atrás, Salamanca buscó ser la sede del denominado “Prado oculto”, que no era sino sacar de sus almacenes obras no expuestas para tener aquí una sucursal del Prado, que fue una petición que se hizo a muchos ministros. No pudo ser y es una pena, porque nos hubiese hermanado más con Madrid, cuya conexión con autovía siempre deseamos más que la de Valladolid, igual que hoy reclamamos más trenes y más rápidos con Madrid. Y ahora que estamos en el aniversario, cuando los salmantinos supieron de lo sucedido en Madrid el “2 de Mayo” prepararon la de dios: hasta picaron el medallón de Godoy, que ahí sigue, con sus cicatrices, junto al arco del Prior. La Guerra de la Independencia fue traumática para Salamanca: Ricardo Robledo, Villar y Macías, Mesonero Romanos, Ramón Martín, Miguel Ángel Martín Mas, Florencio Amador, Conrad Kent, Luciano González Egido... han escrito mucho sobre ello. Hay una Salamanca “desaparecida” por aquel conflicto, que mantuvo en alarma a Salamanca más de un siglo.
Por cierto, el próximo domingo se levanta el estado de alarma. Madrid puede salir en estampida hacia Salamanca, como desea la hostelería local. También podemos salir nosotros si el vicepresidente Francisco Igea no se empeña en lo contrario, aunque siempre nos quedará Portugal. Convendría saberlo para ir preparando todo y no dejarlo para última hora, aunque algo me dice que el fin del estado de alarma ha puesto en alarma al estado de las autonomías y puede pasar cualquier cosa.
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