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La apertura a las visitas desde hoy del parque arqueológico del Botánico es como presentarle nuestros respetos a la Salamanca desaparecida, de la que formaban ... parte el Colegio Mayor de Cuenca y el Convento de San Agustín, cuyos venerables restos dan forma a este parque, que tiene algo de “foro” (como el de Roma), salvo que el Foro salmantino era, en realidad, la Plaza de San Martín. Este parque arqueológico es el epicentro de la Salamanca artística desaparecida porque rodeaban a estos dos edificios los de San Cayetano, el Alcázar, la Merced, el Colegio del Rey, el Trilingüe, el Colegio de Oviedo, la iglesia de San Bartolomé de los Apóstoles, las sinagogas de nuestra judería, entre otros, y así podríamos continuar en anillos concéntricos hasta dar de bruces con el muro, o sea, la muralla. Ha quedado como una reliquia de aquellos días la vecina casa de los Abarca, hoy Museo de Salamanca, relicario de aquella Salamanca. Nuestros respetos a Juan de Álava, que hizo el Convento, y a Diego Ramírez de Villaescusa, que promovió el Colegio, en cuya construcción también intervino Juan de Álava. Hay que leer a Antonio Ponz (“Viage de España”, 1788) para imaginarse el claustro del Colegio hecho con el mismo gusto con el que se hizo el de Fonseca, rodeado de figuras inspiradoras para los estudiantes que vivían en él. Concluye su relato Ponz con un “semejantes obras merecerían estar preservadas de las inclemencias del tiempo, que al fin hacen en ellas sus regulares efectos”. El tiempo, la incultura y la codicia, en este caso, se aliaron en su contra. También San Agustín merece los mejores elogios de Ponz, comenzando por la portada de “buen gusto, inagotable riqueza y exquisitos adornos”. En fin, hablamos de dos joyas perdidas. El paseo por el Parque Arqueológico del Botánico, entre venerables ruinas, exige del mayor recogimiento y nos acerca la necesidad de un centro dedicado a la Salamanca desaparecida, que tiene su mirador más preciso en el Cerro de San Vicente, donde antes de 1812 podría haber estado el mejor banco de Salamanca, con unas vistas únicas de todos aquellos edificios perdidos y de los que aún permanecen en pie.

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