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Dos años de legislatura municipal. Ha sido una sorpresa, porque muchos tenemos la sensación de que han sido más por todo lo que hemos vivido ... y dejado de vivir en este tiempo pandémico. El propio alcalde, Carlos García Carbayo, fue atrapado por el virus que ha hecho eterno estos dos años. Y lo pasó mal, como algunos de sus cercanos. Supongo que cuando tomó la vara de alcalde ni se imaginaba todo lo que ha ocurrido y en consecuencia no estaba preparado para ello, así que ha tenido que hacerlo todo sobre la marcha. La pregunta es si alguien lo estaba. Lo mejor de estos dos años de legislatura -al margen de la recuperación de la intemperie “terracera” como espacio social- es haber comprobado que a veces los políticos, a pesar de las discrepancias, son capaces de unirse contra la adversidad y algo de esto hubo aquí, que hay que poner también en el haber del socialista José Luis Mateos y la oposición. La discrepancia está ahí y se ha expresado en estas horas al valorar estos dos años, en los que hubo más que gestos para la galería. Vamos a llamarlo lealtad social. También creo que Ana Suárez ha sido una buena compañera de viaje hasta ahora, a pesar de ciertos tumbos de su partido, y me pregunto qué piensa de su futuro y si me lo contará algún día tomando café. Estos dos años de confinamientos y aproximaciones a la normalidad en zigzag me han hecho pensar en Juan de la Fuente, que también fue alcalde de Salamanca y al que le tocó lidiar con una dura epidemia de cólera en 1885, que afectó, principalmente, a los barrios más cercanos al Tormes, aquel río que desaparecía en verano y asustaba con sus crecidas el resto del año, al que metió en vereda el Pantano de Santa Teresa, y ahora quiere integrar el Ayuntamiento en la ciudad más si cabe. El alcalde, que se ha hecho un paseante fluvial, lo tiene todo en la cabeza. Estuvo Juan de la Fuente con los vecinos de esos barrios entonces, y aún en su contra se le dedicó una calle a petición popular. Tenía razón el sábado el obispo, Carlos López, al afirmar en la misa del Patrón que no todos los políticos son iguales. A mí me consta que el alcalde ha hablado con vecinos y empresarios estos meses de forma oficial, pero también de manera privada. Y ha estado al tanto de lo que ocurría a la vez que impartía ánimos a su modo y socorría en lo que podía. Y mi opinión es que el vecindario ha entendido todo y tiene buena impresión de él.
Quedan dos años por delante, que van a tener otro ritmo. Hoy tenemos la cabeza en las ferias de septiembre, en que pronto nos quitaremos la mascarilla en exteriores y hasta es posible que no miremos con desconfianza a los que tenemos cerca. Ya sabemos que regresa la agropecuaria Agromaq con control de aforos, y a lo mejor hay una o dos zonas de casetas en la ciudad, me aseguran algunos avezados; ferias para que los feriantes respiren y quién sabe si algún concierto. En resumen, fiesta, que nos la hemos ganado. De los dos años que vienen, uno va a ser de campaña, el cuarto de la legislatura. El que afrontamos va a ser el de la recuperación de la normalidad. Con todo lo que esto significa de esfuerzo, alegrías y frustraciones.
En fin, estos dos años de legislatura han sido largos como siglos, peligrosos como un campo de minas, tristes como un miserere e inolvidables. Todo lo previsto se tuvo que posponer, y lo inesperado se hizo cotidiano. Hemos visto la vida como una estadística y que es frágil como el cristal. Pero parece que pasa.
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