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LA política española actual pasa por el desencuentro absoluto, aunque en honor a la verdad es un mal que afecta a todas las democracias occidentales ... como consecuencia de unas sociedades buenistas, ajenas al necesario equilibro de poderes, profundamente desconocedoras de la realidad e insensibles con las verdaderas necesidades de la ciudadanía, que no siempre (en mi opinión, casi nunca) pasan por dar, regalar, subvencionar, en definitiva, estabular, estabularnos, en un atroz ejercicio de dictadura y corrupción.
Hemos convertido la política, y por tanto el desarrollo de nuestra sociedad, en una jaula de grillos en la que el más mínimo acuerdo o consenso son inviables, y solo los intereses, oscuros intereses, mantienen al sistema en pie; intereses que, por supuesto, no son de Estado, ni siquiera son ya los de partido que regían hasta ahora, sino los puramente personales, como los que han llevado a Pedro Sánchez, por ponerle cara a este nuevo absolutismo, a traspasar todas las líneas rojas del buen gobierno.
La libertad ya es una alegoría y la democracia una idea confusa con las que están creciendo las nuevas generaciones, de ahí el interés de la “nueva” política en borrar todo rastro de la Transición, sinónimo de acuerdo, libertad y democracia.
Pero lo más grave y peligroso de esta revolución de mentirosos e incapaces es que está logrando inocular en la población ese espíritu de corrupción moral legitimado por una Ley y un funcionamiento democrático cada vez más rehenes de una política que ha hecho trizas la Constitución para alzar su particular biblia de perversiones. Ni Franco llegó a tanto: les recuerdo que Franco era Franco, nunca dijo que fuera un demócrata. Perciban la diferencia.
La calle, nosotros, está confundida e intoxicada, de ahí su silencio, su manera de votar. Democracia nunca puede ser totalitarismo, comunismo, corrupción, terrorismo. Democracia nunca puede ser votar totalitarismo, comunismo, corrupción, terrorismo, que es justamente el sistema “del bienestar” en el que estamos viviendo. Pobres, amordazados e instruidos por una ristra de tuits. No dan para más, los políticos no dan para más y sirva como ejemplo nuestro Consejo de Ministros, nuestros parlamentarios, sus proclamas de odio. Sus estupideces. Pero lo más grave y peligroso es que empezamos, nosotros, a no dar para más. Van ganando.
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