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Si hay una sensación tatuada a fuego en la memoria pandémica esa es la de abrir la puerta tras el confinamiento radical. El miedo lo ... abarcaba todo, el aire desértico de las ciudades envolvía esa presión agorafóbica, de casa al coche y poco más, ahorrando metros y segundos donde se podía. Pero el instinto animal no perdona, hay que comer, y los supermercados eran el arca de Noé al que acudir en peregrinaje. Una vez a la semana, tal vez dos al mes. Las menos posibles. Rutina temerosa y estresante que para muchos era diaria.

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