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El último día del año señalará la ruptura definitiva del Reino Unido con la Unión Europea. Muchos británicos mostrarán su alegría en las calles y ... otros sentirán haberse ido de esa especie de casa común que para ellos nunca lo fue del todo. La UE no llorará por el hecho de que la isla se haya desgajado tras una serie de años en los que por ambas partes se percibía la incómoda sensación de ni contigo ni sin ti. Más de cuatro lamentarán la locura del dirigente que en un alarde de insensatez los metió de hoz y coz en un referéndum mal calculado y peor gestionado. A corto y medio plazo habrá consecuencias tanto para Gran Bretaña como para el continente “aislado”. No va a ser vida y dulzura a ambos lados del canal, porque las repercusiones nos afectarán a todos: exportaciones, aranceles, acuerdos pesqueros... Los ciudadanos se verán atosigados por innumerables trabas burocráticas, tales como visados de residencia, permisos de trabajo, intercambios, reconocimientos universitarios, y así sucesivamente; la lista es larga y alcanza desde el precio de los corderos hasta el “roaming” de los operadores telefónicos.

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