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El último día del año señalará la ruptura definitiva del Reino Unido con la Unión Europea. Muchos británicos mostrarán su alegría en las calles y ... otros sentirán haberse ido de esa especie de casa común que para ellos nunca lo fue del todo. La UE no llorará por el hecho de que la isla se haya desgajado tras una serie de años en los que por ambas partes se percibía la incómoda sensación de ni contigo ni sin ti. Más de cuatro lamentarán la locura del dirigente que en un alarde de insensatez los metió de hoz y coz en un referéndum mal calculado y peor gestionado. A corto y medio plazo habrá consecuencias tanto para Gran Bretaña como para el continente “aislado”. No va a ser vida y dulzura a ambos lados del canal, porque las repercusiones nos afectarán a todos: exportaciones, aranceles, acuerdos pesqueros... Los ciudadanos se verán atosigados por innumerables trabas burocráticas, tales como visados de residencia, permisos de trabajo, intercambios, reconocimientos universitarios, y así sucesivamente; la lista es larga y alcanza desde el precio de los corderos hasta el “roaming” de los operadores telefónicos.
Como quien no quiere la cosa, Boris Johnson, con el pelo revuelto y su sexto vástago felizmente alumbrado en plena pandemia, les ha dado un buen capotazo a sus antiguos socios al adelantarse por varios cuerpos en la carrera de las vacunas. Nadie le puede quitar el mérito de ser el primero en vacunar a una nonagenaria y a William Shakespeare redivivo. Por cierto, en los primeros años de vida del otro Shakespeare (el que escribía) sobrevino una peste que se llevó por delante a dos tercios de la población infantil. Además de rezos y cuarentenas, a los niños se les hacía fumar, en la creencia de que la nicotina era beneficiosa ante la peste bubónica que azotaba Europa.
Los británicos pueden sentirse legítimamente orgullosos. El orgullo “que cubre toda la nación y hace fastidiosos a sus súbditos” era el pecado mortal de los ingleses para Leandro F. de Moratín. Ahora, el astuto Johnson ha reforzado el orgullo y su populismo sube como la espuma, con independencia de cómo queden al final las negociaciones a cara de perro con la Unión Europea. El galleante mandatario está dispuesto a defender su país poniendo si es preciso la flota a custodiar las aguas territoriales. Tomen nota otros pusilánimes que no andan sino en enredos y gatuperios, incapaces de sacar los pies de las alforjas.
Moratín, que vivió en Londres a finales del XVIII, decía que allí hasta los borricos eran más útiles y estaban mejor tratados que en Madrid, donde yeseros, ladrilleros y empedradores los sobrecargaban sin duelo. En cambio, en capital británica, uncidos a un carro desarrollaban más trabajo con menor esfuerzo. Estos ingleses siempre tan considerados. Hasta con los burros.
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