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Nuestros antiguos se tomaban muy en serio el vino. El Fuero de Salamanca reúne hasta ocho artículos en los que se protegen las viñas y ... se regula la vendimia; porque Salamanca y sus aldeas tenían viñedos, como corresponde a un tiempo en el que el vino era un alimento. Pan y vino llevaba el veedor de las tierras del Concejo haciendo bueno aquello de que con pan y vino se hace el camino. Lamentablemente, la mayoría de aquel viñedo se ha perdido y hoy solo podemos hablar de las sierras salmantinas y nuestras Arribes como tierras del vino, dominios con denominación de origen donde ya ha comenzado la vendimia o está a punto de hacerlo. Aquel Fuero ordenaba que en las aldeas del concejo salmantino no podía comenzar la vendimia antes de San Miguel, y en el propio municipio ocho días más tarde. Y todo, incluso la propia Justicia, se paraba. Al fin y al cabo, de la vendimia salían las uvas, su fruto, y madre del vino, que se convertiría en sangre de Cristo en monasterios, iglesias o catedrales. Pero ya antes se hacía vino: en San Esteban de la Sierra hay una ruta rupestre de los lagares, oquedades en rocas que algunos llaman pilas o laganetas. Hay que subir al Guijarral o al Muñiquero para descubrirlos, dejando a los lados del camino los bancales de viñas que esperan la vendimia con sus hojas mostrando los primeros tonos óxidos otoñales. Subir cantando coplas de vendimia recogidas por Joaquín Díaz —“De la uva sale el vino, y el vino a mi me consuela, suela la de mi zapato, el zapato es de baqueta... —que entretenían un trabajo duro —“con la luna madre, con la luna iré, con el sol no puedo, que me quemaré... —que aliviaba en parte el otoño cuando era suave, porque la vendimia es otoño, como cantaba José Antonio Labordeta: “cuando las uvas dulces, van por el aire, el otoño revienta, de parte a parte...”. Así, cuando el curso comenzaba por San Lucas, la uva fermentaba en las barricas, aunque no faltaba el vino que tanto gustaba a los estudiantes. Vino necesario, ya se ha dicho.
María de los Ángeles Pérez Samper, que tanto ha estudiado la alimentación del Siglo de Oro en nuestros libros concluye que “la carne, el pan y el vino eran los tres pilares básicos en los que se sustentaba la alimentación diaria”. Resulta curioso que el día de San Miguel, que regía la vendimia, era también el que marcaba el cambio de horario en algunos colegios universitarios. Nunca ha faltado vino en Salamanca. Bueno o malo. Y, en consecuencia, lugares en los que se despachaba. Tabernas, ventas, posadas o mesones, de los que se decía que no eran tan malos como el infierno y fueron acusados de purgatorio de bolsas. Los cafés, con su glamour, no terminaron con las botillerías ni las tabernas, como los restaurantes no cerraron inmediatamente a los figones o bodegones. Hay una calle dedicada a los bodegones allá por San Cristóbal.
No hay vino sin uva. La uva que inspiró a Neruda o Benedetti. La uva protagonista del poema de Unamuno dedicado a su parra rectoral, casi lista para su vendimia, como cada año, dirigida por Ana Chaguaceda, directora de la Casa Museo, que espera expectante la película de Amenábar. Es una vendimia emocionante. Literaria. La uva que dio a luz al vino que perdía a Lazarillo y a la vez le sanaba. El mismo vino que elogió Celestina, o sea, Fernando de Rojas, protagonista otra vez del nuevo libro de García Jambrina, como nadie nunca ha vuelto a hacerlo. La uva, de la que sale el vino, que, en otro tiempo, esperaba a San Miguel para ser vendimiada.
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