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Lo obvio es que estamos en marzo con sus días más largos y primaverales, con árboles cada vez más florecidos y aceras con más terrazas, ... o fines de semana hasta atrás de visitantes. Entramos en ese tiempo en el que volvemos a descubrir las esculturas urbanas, a las que, en el invierno, que este año no hemos tenido, al menos en serio, ignoramos. Esta semana me encontré con Valeriano Hernández, escultor salmantino, recién llegado de Chile, donde el coronavirus es una rareza europea, por ahora. Allí tienen otros problemas. Ha participado en un encuentro internacional de escultores y ha dejado allá una figura de madera dedicada a Pablo Neruda, un personaje con sus luces y sombras, como las tenía Plácido Domingo al que ahora envuelven las tinieblas y los rechazos. Entre estos, quizá, el de la Universidad de Salamanca, que se lo está pensando. Está, me cuenta, con la idea de un parque escultórico en Salamanca. Los antiguos escolares del Fonseca paseaban y hablaban observados por los virtuosos esculpidos en los medallones, así que un parque escultórico puede ser evocador y al mismo tiempo inquietante o intimidante, como algunas acciones del cantante, según sus denunciantes femeninas. Santa Teresa está en el punto de mira del escultor. Una mujer tallada en lo espiritual y esculpida por grandes firmas: ahora será protagonista de un simposio allá por septiembre. Así que este hombre no para.
La semana nos ha colocado a otra santa bajo los focos de la actualidad: Santa Bárbara, cuya vida se escondía en su propia capilla, tan unida a ritos universitarios. Ahora, esa vida ha salido a la luz, brilla y puede ser admirada, pero a la vez nos dice que aún hay pinturas, esculturas, documentos o restos por descubrir en Salamanca. Que no todo está descubierto y estudiado. Que Salamanca da mucho de sí. Puede que este hallazgo atraiga de nuevo a la Catedral Vieja a quienes la vieron hace años o a aquellos que nunca la han visto, a pesar de vivir aquí. Este hecho habría dado para un artículo lleno de puntos a Juan Campo, viejo vecino de página. Le precedió otro en la marcha, Pedro Casado. Se ha ido en el año del centenario del periódico y ha dejado en la hemeroteca miles de frases con las que construía artículos como latigazos. Y a cada sacudida, un punto y seguido. Otro escribidor, Juan Eduardo Zúñiga, gran cronista del Madrid de la Guerra. Tenía raíces salmantinas: su padre era de aquí, boticario y tuvo en su farmacia a Ramón J. Sender de empleado.
La semana nos ha devuelto a Unamuno, con un documental de Manuel Menchón, que está alimentado con nuevos documentos de don Miguel: seguimos con la pista del 12 de octubre, del ganar y convencer o del venceréis, pero no convenceréis, y todo esto puede que nos distraiga de la esencia del pensador, o puede que esta vez se vaya más lejos. Confío e mi admirado Menchón. Llegarán nuevos libros y nuevas polémicas a lo largo del año. Es eterno. También nos ha devuelto la Plaza del Mercado Viejo, como espacio de recepción de turistas, según se acaba de informar. La historia nos dice que fue la plaza principal del viejo Barrio de Santiago, barrido por el ayuntamiento de Pablo Beltrán de Heredia. Era entonces una ruina de caserío, pero tenía un tipismo que logró encandilar a artistas como Abraido del Rey. Fue muchos siglos después de que salieran de allí los cerdos del mercado de ganado que se celebraba y atufaban a los vecinos. De ahí se fueron cerca de los Jerónimos, hoy integrados en Mirat. Ahí recibiremos a los turistas, que espero sea con garrapiñadas y no con mascarillas, y quizá con una escultura de algún ilustre, aunque Lázaro y el ciego, el toro de la puente, están cerca .
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