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El pasado fin de semana estuve recogiendo manzanas de unos árboles que este año resultaron ser especialmente generosos.
Otro tanto sucedió con las peras, arracimadas ... como no creo haberlas visto nunca. Será porque en primavera no cayó la helada que suele afectar a la flor en su etapa más tierna. Tampoco la nube en forma de granizo causó los habituales estragos. Buen año de fruta, pues, en lo que a mi modesta heredad se refiere.
Me sorprendió ver que en muchos huertos y pequeñas propiedades sus propietarios no se molestaran en recoger la fruta.
Manzanas, peras, cerezas y ciruelas -estas dos últimas en pleno verano- aparecían esparcidas en tendalera sin que nadie les prestara mucha atención.
Antiguamente servían al menos para complementar el alimento de los cerdos. Eran tiempos en los que la rapacería solía visitar por la noche y a hurtadillas los huertos ajenos para llevarse unas brazadas de fruta y celebrar luego el éxito de esa pequeña travesura gastronómica.
En la oscuridad nadie comprobaba si el bocado furtivo contenía gusano o no. Lo esencial era que la fruta de huerta ajena sabía mucho mejor.
Entre contorsiones y equilibrios para no partirme la crisma, reflexionaba yo acerca del dicho inglés que alaba la conveniencia de tomar una manzana diaria y ahuyentar la sombra del médico en el hogar: “One apple a day keeps the doctor away”.
Algo parecido recoge la tradición oral en nuestra lengua, que de forma parecida alaba las propiedades de ese fruto poseedor de múltiples y salutíferos beneficios, siempre y cuando, claro está, no se haya contaminado en exceso de pesticidas.
“Una manzana al día mantiene al doctor en la lejanía”, si optamos por un ripio facilón.
Seguro que ni la manzana de Newton, y mucho menos la de Adán, contenían aderezos artificiales.
Con la primera avanzó la ciencia una barbaridad; con la segunda el género humano dijo adiós al Paraíso y traspasó los oscuros umbrales del sempiterno valle de lágrimas en el que moramos y penamos.
Pero mientras Putin –manzana podre de la discordia en la Europa actual– nos acongoja con misiles y con las fanfarronadas de los poseidones universalmente destructivos, recomiendo disfrutar de esa maravilla de la naturaleza cuyo nombre en español debemos, según parece, a Cayo Macio, horticultor del siglo I antes de Cristo.
En otras lenguas existen denominaciones derivadas de diferentes raíces románicas o germánicas.
Etimologías aparte, hoy por hoy seguimos deleitándonos con placeres derivados de la manzana, a saber: tarta y pastel, compota, manzana asada y, cómo no, la sidra de toda la vida.
Y para los más exquisitos el novedoso licor llamado sidra de hielo, digestivo de gran sabor y moderado grado alcohólico.
Sin duda, la manzana da para mucho. Incluso dio para una serie de poemas de James Joyce.
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