Una buena labor
Lunes, 29 de julio 2019, 05:00
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Cristóbal Colón era catalán y en su primer viaje a América no partió de Palos de Moguer, en Huelva, sino de Pals del Empordà, en ... Gerona. Hernán Cortés tampoco era extremeño y su verdadero nombre era Ferran Cortès. El descubrimiento y la colonización americana fue obra esencialmente catalana, no castellana. Cervantes tampoco era de Alcalá de Henares, sino un noble valenciano que vivía en Barcelona y que escribió “El Quijote” en catalán, aunque el original, que alguien tradujo al castellano, se encuentre misteriosamente desaparecido. Lo mismo podría decirse de “La Celestina” o del “Lazarillo de Tormes” (vaya por dios), como de Juan del Enzina o de Garcilaso de la Vega. Por su parte, Santa Teresa de Jesús fue sin duda una gran mujer y una gran escritora, solo que tampoco era de Ávila, sino -lo han acertado- catalana de pura cepa. Porque el “Siglo de Oro” no lo fue de la literatura castellana, sino de la catalana, que más bien habría conocido un “Siglo de Platino”, pues hay indicios de que Cataluña fue la tierra que vio nacer también a los mismísimos Leonardo da Vinci, Erasmo de Rotterdam y William Shakespeare. En realidad, toda la historia de España -y la Universal- que creemos conocer sería una invención urdida por los españoles para oscurecer las glorias catalanas y atribuírselas a quien no les corresponde.
Es probable que usted haya escuchado en los últimos tiempos algunas de estas cosas e incluso que haya accedido a algunos de esos videos que circulan por la red en la que animosos personajes aparecen ante su público sosteniendo tales alucinaciones. Serían delirios simpáticos, dignos de tomarse a broma, si fueran solo el entretenimiento de unos cuantos iluminados. Pero, lamentablemente, la cosa va más en serio. Porque tras las risas, apenas unos centímetros más allá, asoma enseguida la inquietante ingeniería social alentada por los nacionalismos, en este caso por uno de aquellos, el catalán, que en otros tiempos se presentaba como ejemplo de nacionalismo “cívico”, tan distante de los que tildaba despectivamente como “esencialistas”. Un nacionalismo disparatado y agobiante que hoy campa a sus anchas por aquella tierra de promisión.
Un reciente trabajo de Javier Cuesta Cuñado realizado dentro del Máster de Estudios Avanzados en Historia de la Universidad de Salamanca identifica a los principales promotores de estas melonadas. Se trata de un activo grupo de publicistas, algunos con estudios en historia o en filología, que se presentan con el aura épica de quienes no tienen cobijo en la historia “oficial”. Tras ellos, algunas fundaciones, como la Fundació d’Estudis Històrics de Catalunya, creada en 2004, y, quizá la más activa de todas, el Institut Nova Història, nacido en 2008. Y tras los activistas y las fundaciones, como era de temer, el dinero público: según la coordinadora catalana de Fundaciones, la Fundació d’Estudis Històrics de Catalunya cuenta con un presupuesto anual de 147.170 euros y el Institut Nova Història con 36.300 euros. Pero los responsables de estas fundaciones se benefician, además, de contratos de monitorización de actividades firmados con la Generalitat de Cataluña (unos seis millones de euros en los ejercicios 2017 y 2018) y con un buen número de ayuntamientos, sobre todo de los controlados por los muy izquierdistas partidos ERC y CUP, que ponen en manos de estas fundaciones la organización de actividades de “animación cultural”.
Un pasado glorioso, un enemigo secular y una víctima permanente. En un contexto de empacho identitario, elevadísimo concepto del yo colectivo y sentimentalidad exacerbada, estos son los ingredientes de un cóctel que a muchos les resulta más seductor que la razón o el sentido común. Hace ya algunos años, el padre del proceso de construcción nacional de Cataluña, Jordi Pujol, que sabe de qué va esto, felicitaba por carta a Jordi Bilbeny, quizá el más célebre de estos activistas, a propósito de un libro sobre la catalanidad del descubrimiento y la conquista de América: “son -traduzco- libros muy convincentes. Poco a poco se van haciendo un hueco. Los quiero felicitar por la labor, la buena labor que hacen. Y los animo a que continúen en esta misma línea”.
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