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Puede que sea una valoración algo injusta. Y quizá los bellos versos de Jaime Gil de Biedma (“en un viejo país ineficiente/algo así como ... España entre dos guerras/civiles”) desprendan un aroma noventayochista hoy anacrónico. Porque es verdad que algunas de las chuscas anécdotas sobre la incompetencia de nuestras autoridades públicas en estas semanas no se apartan mucho de otras acontecidas en otros países: en el caso de la escandalosa (e incomprensible para los profanos) escasez de mascarillas sanitarias, hasta los orgullosos holandeses han sufrido algún traspié, y Alemania (ejemplo habitual de rigor y buen gobierno) habría tenido que afrontar el bochorno de que seis millones de unidades, compradas en China, desaparecieran misteriosamente en un aeropuerto africano. Conviene, por tanto, contextualizar para no extraer conclusiones exageradas. Pero incluso así, y reconociendo además la extraordinaria dificultad de administrar una crisis tan colosal como esta, resulta imposible evitar la sensación amarga de que, literalmente, somos un desastre.

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lagacetadesalamanca Un viejo país ineficiente