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Fuegos artificiales, gigantes y cabezudos, ritmos de tambores, conciertos, exposiciones y cultura a raudales por san Juan de Sahagún, y, además, la gala a todo ... trapo para conmemorar el centenario de esta GACETA de todos, empeñada en no dejar que a Salamanca se la olvide miserablemente dentro de la España de la despoblación.
La ciudad ha estallado con lo mejor que tiene y la defiende, como si un arrojo sobrevenido quisiera sacarla de ese mal sueño que tantas veces nos despierta turbados y en grave crisis de autoestima. Hasta unos ángeles en bicicleta han llegado a la Plaza Mayor para invitarnos a pedalear hacia el cielo, por eso de unir a las gentes y volver a soñarnos en la esperanza. Un espectáculo que he querido ver más allá de la metáfora, llevada quizás por aquellos versos juveniles, llenos de ideales, que don Manuel Villar y Macías escribiera cuando apenas tenía los dieciocho, lejos aún de saber que ahogaría sus decepciones en las aguas del río que le vio nacer: Hijos del Tormes, escuchad mi acento,/ los himnos acoged del arpa mía,/ que desplegar a vuestra vista intento/ los sueños de mi ardiente fantasía.
Al pasar de los años, muchas lágrimas y ayes se desmayaron en la lira del gran cronista de la Historia de Salamanca al narrar las fatigas y ruinas de la ciudad y la provincia, hasta que, antes de entregar su gran obra a imprenta (1887), en una breve nota, el historiador se felicitara por el inmenso porvenir de un ferrocarril que sacaría a Salamanca de su larga postración. ¡Ay, si usted supiera, don Manuel, lo que estas páginas GACETA han de decir reiteradamente sobre tal asunto! A punto ya de ponerle la guinda al primer cuarto del XXI y todo se hace un emborronar tinta negra por diferentes vías, por ver si las máquinas alegraran la ciudad con la frecuencia y calidad que merece. Pero la fortuna ferroviaria no nos sale al paso y el Gobierno se ha vuelto sordo a todo ruido que llegue de Salamanca.
Aun así, rugiremos, sí, lo haremos. No ahogaremos la impotencia y la mala suerte en la garganta, ni seremos el triste quejido provinciano con el que sus arrogantes señorías se adehesan en el poder, rumian y duermen. Quien enmudece, muere. Quien apaga las luces de su casa, ensombrece. Y esto precisamente es lo que pretende que hagamos esta amalgama de malhechores que nos desgobierna y nos aborrega en trenes burra. Larga vida pues a todos cuantos pongan su empeño en que a Salamanca la admire el mundo. Somos muchos y, además, parafraseando al Villar y Macías más eufórico y salmantino, yo hoy “tengo el entusiasmo de Tirteo”. O sea, un subidón de voz de guerra y fiesta.
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