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Releo el libro que elegí ayer para conmemorar la fecha : “No me extraña que Dios esté irritado... Él moldeó estos valles, decoró estas laderas con ... las jaras y los tomillos, con el musgo tierno, las gamonas enhiestas y los enebros melancólicos... con roquedales verdes y amaneceres de cobalto... y lo preservó hasta donde pudo... Pero hemos venido nosotros, como unos intrusos indeseables, a molestarle, a romper el hechizo de su obra excelsa...”. Recuerda “El paraíso perdido”, en que Milton versifica la primera desobediencia del hombre y el primer ceño del Creador. Pero “me consuelan los puentes que estamos levantando... sus columnas erguidas... su altanería desafiante”, y los túneles, “con su murallón de granito y su intransigencia de venado... la cabeza dura y las entrañas de hierro, inconmovibles. Que ni dinamita ni taladros mecánicos, ni pico y pala”. Las citas son de páginas de “Los túneles del paraíso” (2009), del oriundo de esa tierra abundante en hinojos, regada por el Duero –Hinojosa–, el salmantino Luciano González Egido, “una de las cimas de la novela española de estos últimos años” –según Ricardo Senabre–, mi prosista preferido, por su manejo magistral de nuestra hermosa lengua, a la que ama(mos) con inocultable lujuria.

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lagacetadesalamanca Un sendero de gloria