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EL nuevo Cerro de San Vicente, convertido en Parque Arqueológico CSV, como se anuncia a la entrada, está listo. Cuando el Ayuntamiento de Salamanca quiera ... puede abrirlo al público y que este haga suyas las escaleras y rampas o se siente en los bancos dispuestos para ver el vecino Teso de las Catedrales, desde el cual puede comprobarse la intervención realizada. Por ejemplo, en la noria de los frailes, los desagües o la Cerca. Están también a la vista algunos restos del Cerro, que asoman entre las más de mil de plantas establecidas. Y hasta un estanque se ve desde el mirador de Ciencias, que espera la llegada de alguna rana. Es otro Cerro de San Vicente, más domesticado, menos silvestre, sin la aspereza original y, por el contrario, suavizado por las plantas. Mantiene su pendiente, eso sí, difícil de superar a los que quisieron en algún momento de la historia tomarlo con hachas de piedra, espadas de acero toledano, con bayonetas caladas o a cañonazos. Imagino que antes de la intervención los arqueólogos habrán entresacado lo que dejaron los vecinos tiempo atrás, porque los que vinieron a mediados del siglo XIX a establecerse en Salamanca desde la provincia, huyendo de su miseria, y lo hicieron al lado del Cerro dando lugar a Los Milagros o el “Chino”, construyeron sus casas con piedras de la “cantera” de San Vicente abierta a cañonazos franceses, ingleses y españoles. Cuando las casas de aquellos barrios fueron derribadas, décadas más tarde, iban apareciendo capiteles, sillares conventuales, arquitos tallados con delicadeza orfebre...del vetusto monasterio con las que se construyeron en su día. Dicen los arqueólogos que San Vicente es un pozo sin fondo. Un pozo arqueológico. Bien lo saben Carlos Macarro y Cristina Alario, que conocen cada piedra de la zona, por la que anduvieron tiempo atrás Nicolás Benet,Manuel Santonja, Maluquer o aquel médico arqueólogo que fue José María Muñoz Partearroyo, el arquitecto Joaquín de Vargas Aguirre tomando apuntes para sus “Dibujos Salmantinos”, recién editados por el Centro de Estudios Salmantino o Martín Valls. Uno también anduvo por ahí cuando aun coronaba el Cerro el Colegio de Guadalupe, después trasladado a Huerta Otea, al lado del nuevo puente, obra de Guillermo Capellán, una eminencia de la ingeniería, dicen los sabios que tengo cerca. Me parece un ingenio armonioso para lo que viene.

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lagacetadesalamanca Un pozo arqueológico