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Hace unos meses presencié una de esas escenas que me ponen los pelos como escarpias. Me había dirigido a una oficina bancaria a cumplir mis ... obligaciones tributarias y vi, en una de las mesas del fondo, a una abuelita de pelo plateado intentando resistir los embates de un comercial de la entidad. El local estaba vacío y la sordera de la mujer era tan acusada que obligaba al empleado de la sucursal a hablar casi a gritos, por lo que fui testigo involuntario de la operación: «Fulanita, el fondo de inversión te ha dado 50€ euros; que digo yo que con 50€ euros no sales de pobre, ¿te compro más acciones del banco?» —gritaba el empleado— «Yo no entiendo nada de eso» —respondía ella, afable y temerosa a partes iguales— «Haz lo que creas conveniente, Fulanito», remató la anciana. Evidentemente al empleado le faltó tiempo para reinvertir el magro resultado. Me dieron ganas de acercarme y decirle a la mujer que vendiese todas las acciones del banco y fuera a darse una buena cena. Seguro que le rentaría más.

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