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Esperamos que 2022 por fin nos traiga la ansiada nueva normalidad tantas veces prometida. Entretanto, y como suele ser habitual en los postreros días del ... año que concluye, hacemos un ejercicio de memoria acerca de lo acontecido y nos damos cuenta de que hay cosas que preferimos olvidar, capítulos en blanco que acaso hubieran sido impredecibles antes de la pandemia y que ahora tratamos de rellenar con dudosas certezas. Por ejemplo, no vemos el momento de librarnos de esas aborrecibles mascarillas que han velado las expresiones de alegría o de tristeza en los rostros. Aún siguen pesando en nuestro ánimo los confinamientos padecidos, las fosas nasales horadadas en busca de virus, las restricciones viajeras durante los primeros meses del año 2021, los negocios arruinados, los empleos perdidos. Y, sobre todo, las vidas que se apagaban, si bien a menor ritmo que en el fatídico 2020. El gran alivio fue comprobar cómo las vacunas incidían positivamente en la prevención de desgracias mayores, y nos permitieron albergar esperanzas de una cercana normalidad que, por ahora, no se acaba de atisbar en el horizonte debido a las nuevas mutaciones de lo que en principio fue el virus chino, ese del que nunca han llegado a aclararnos su origen y qué lo provocó.

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