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Un sector del muro de Adriano, construido por los romanos hace 2.000 años al norte de Inglaterra, como frontera que los separaba del territorio ... de los belicosos pictos, se derrumbó hace unos meses, aplastado por la llegada masiva de turistas, seguidores la mayoría de la serie “Juego de Tronos”, que buscaban el selfie perfecto. En el lejano Nepal, el tráfico de turistas, en este caso ataviados de alpinistas, congestiona desde hace tiempo el Everest, la montaña más alta del mundo, y los obliga a hacer cola durante horas para acceder a la cumbre e inmortalizar el momento, con consecuencias a veces fatales para la salud de tantos esforzados, algunos de los cuales fallecen víctimas del cansancio, del mal de altura o de los cambios bruscos de temperatura. Hace pocas semanas hemos sabido también que el reciente éxito de la serie televisiva “Chernóbil” ha multiplicado el número de visitantes a la ciudad fantasma de Prípiat y a la zona de exclusión establecida en 1986 tras el accidente de la planta nuclear ucraniana; y que existe, floreciente, un subsector, llamado “turismo negro” o “macabro”, que llena de visitantes cada año lugares asociados a catástrofes o escenarios de crímenes como Alcásser, Bataclan o las mansiones de Beverly Hills donde actuaba hace ahora cincuenta años el célebre asesino Charles Manson.

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