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Es verano. Y se nota en que España no anda dividida entre derechas o izquierdas. Ni siquiera entre los que llevan la mascarilla bien puesta ... y los que no. La división de este agosto 2020, más allá de las ideologías o el COVID, está en una pregunta clave: “¿tú eres de Paloma Cuevas o de Ana Soria? Siempre hay un romance para el verano. Dan igual las características del verano en cuestión. Y si llega tras una ruptura, mucho mejor. Más aún si esa ruptura corresponde a un matrimonio supuestamente modélico de un torero, que ahora hay que catalogar de aburrido para poder justificar que se acabe. Pues verán, es verdad que los toreros parecen proclives a los cuernos. Y que cuando un tipo se larga después de un buen número de años compartidos es difícil que lo haga con alguien de su misma edad y gobierno. Y también que el -o casi siempre la- que queda entredicho es a quien le toca la cornamenta en el reparto. Pero estas cosas del amor son tan irracionales como para no poder ponerse a favor o en contra más que de las formas o el cariño con el que se realicen las despedidas. El amor tiene razones que la razón no entiende, decía Blaise Pascal. Y ahora que los matrimonios ya no son de conveniencia como lo eran durante buena parte de la historia (bueno, al menos no todos), cuando se acaba el amor ¿qué sentido tiene que continúen? ¿Los hijos? ¿Las obligaciones? Pues se reparten en tiempo y forma y a correr. Luego sucede, claro, que más allá del amor está todo eso de la costumbre y la compañía y sobre todo la dignidad, que resulta herida tras un abandono. Sobre todo cuando se narra en imágenes a través de las redes sociales y el que lo hace, que durante años era sosito, pretende volverse arrebatador. Pero ni siquiera eso es óbice para que unos critiquen o defiendan. ¿No abogamos por eso de que solo hay que casarse por sentimiento? Pues entonces hay que romper cuando desaparece. Eso sí, conviene hacerlo con cierta elegancia, que no es otra cosa más que no hacer daño a los demás.
¿Acaso para que los nuevos amores sean mejores tienen que ser bendecidos por los otros? ¿O es que sus protagonistas necesitan presumir de ellos para disfrutarlos, olvidando que los que antes quisieron y aún no han encontrado nuevo amor sufren esa sobre exposición suya tan innecesaria?
Aquí no hay que estar a favor de Paloma o de Ana sino en contra de que el tal Ponce se crea más torero o más atractivo solo si lo cuenta todo. Una práctica habitual en los maestros desde aquello de Dominguín y Ava Gardner, ya saben...
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