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Fue en la tarde del pasado miércoles en La Maestranza. Dentro de ese coso de albero sevillano donde la fascinación de la Fiesta había reunido a taurinos venidos de toda parte, para llenarse los ojos de arte y abandonar los sentidos a esos olés hondos que solo pueden explicarse con el corazón. Ahí está la verdad de la Tauromaquia, la que emerge desde los misterios de la mística y la que la legitima en los Olimpos de la Cultura y del Arte.
En el redondel, Ligerito, un toro charro, de Domingo Hernández; en el redondel también, Morante, un torero cigarrero, de La Puebla del Río. A poco de iniciarse el paseíllo nadie sospechaba lo que allí iba a suceder. No habrá pluma que pueda ponerle letra al poema histórico que en la tarde de Sevilla se escribió, cuando toro y torero se fundieron en un solo cuerpo para expresarse dentro del ruedo. No habrá crónica que pueda recoger tanto toreo, tanta estética, tanta pureza, tanto duende, tanto temblor. No habrá taurino presente en la plaza que pueda olvidarlo.
Sevilla entera lloraba y toreaba por las calles ya anochecidas, contándolo. Y Salamanca también. Porque era encontrarse con los de la tierra y unos y otros tirarse a los brazos, desbordados de lágrimas y con una emoción inenarrable. Los taurinos salmantinos que no estaban en Sevilla quemaron los móviles, porque todos querían compartir la dicha, saber si aquello que había colapsado los medios de comunicación, realmente había sido tan cierto. Sevilla y Salamanca, Salamanca y Sevilla -tanto monta- en un mismo y feliz clamor. Y ya no hubo tertulia donde no salieran a relucir los encantos de nuestra Plaza, la mística de nuestros claustros... y el pedazo de ciudad que tenemos y que tantas veces no sabemos ver. Y de la Salamanca monumental se pasaba a hablar del campo: ese Campo Charro, de orgullo bravo y ganadero, que mantiene sus tradiciones y divisas con grandísimo esfuerzo.
¡Qué gustazo fue escuchar las muchas alabanzas a lo nuestro que me regaló un grupo de americanos, intelectuales y taurinos, que no se soltó el nombre de Salamanca en toda la velada de su boca! ¡Ojalá que todo lo que de mi Salamanca ellos dijeron, permanezca por mucho tiempo en mis oídos! ¡Ojalá que la ilusión joven de los hijos de Conchita Hernández -ganadera del hierro de Domingo Hernández- continúe creyendo en este sueño! No hicieron falta palabras al verlos, tras el festejo. Con los ojos lo decían todo. Aunque fuera cosa de poco tiempo. Había que meter aprisa las maletas en el coche y ponerse en viaje para regresar a trabajar. El campo no sabe lo que son festivos ni días de guardar.
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