Todos lo hemos hecho
Lunes, 4 de abril 2022, 05:00
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Contra toda creencia popular del aislamiento rural, las personas de pueblo empezamos antes. En muchísimos casos, empezamos antes a trabajar. Ya sea atendiendo al ganado o ayudando en la empresa familiar. También entendemos antes lo que es la adultez, pues el ser pocos hace que ... las relaciones intergeneracionales sean más prolíficas. Y quién más y quién menos ha manejado ya un coche antes de su primera clase práctica. Y quizá por pasar más tiempo en la calle que en las ciudades —lo que implica más horas de socialización con el grupo de pares—, empezamos antes a conocer el hedonismo reservado a la adultez. Y para cuando llegamos a ella, normalmente ya no guarda ningún secreto.
Dejando a un lado las experiencias personales de cada uno, los adolescentes rurales empiezan antes a tratar con esas cuestiones que los valores judeocristianos desplazan a un segundo plano. Aunque claro, la vara de medir depende de cada quién, y solemos pecar de ver la paja en el ojo ajeno. Y no hablo de cuestiones sexuales. No me importa lo más mínimo con quién se acueste cada quién (mientras sea consentido). Así, venían los forasteros a las peñas en verano y adoraban el pueblo. Aquí tenían su oasis de libertad, donde sabían que podían hacer o deshacer a su antojo. Y donde guardan buenos recuerdos. Asociados, claro está, a las andanzas estivales rurales. Las primeras experiencias sexuales, las primeras borracheras, o poder comprar tabaco sin demasiadas pegas. Algo impensable en sus ciudades.
En cualquier caso, a lo que voy, es que hay una sorprendente precocidad a la hora del consumo de drogas. Tanto las legales como las ilegales. La última encuesta sobre uso de drogas en Enseñanzas Secundarias en España (ESTUDES), sitúa Castilla y León como una de las Comunidades más precoces. La edad media de inicio en el consumo de tabaco se sitúa en los 14.1 años, la del cannabis en los 15 (14.9) y la del alcohol en los 13.9 años. Os invito a pasaros por las fiestas de cualquier pueblo lo suficientemente grande como para que la chavalada se pueda esconder de sus padres para ver como la media baja. Y ante esto, dirán: “todos lo hemos hecho”. ¿Es realmente ese un argumento válido? ¿Tenemos que aceptar que, mientras sean drogas legales, no pasa nada? Con la edad me empecé a fijar en cómo aquellos que no dejan de ser niños y niñas salen del bar dando tumbos y le dan caladas a cigarros que abultan más que sus manos. Una imagen, honestamente, bastante desalentadora. Y de la que todos somos un poquito culpables por hacer la vista gorda. Por datarlo, el 26.4% de los estudiantes de ESO reconocen haberse emborrachado en los últimos 30 días, cifra que es del 32% en el caso de las estudiantes. Solo Navarra supera estos datos. Y el 28.4% de las adolescentes reconoce haber fumado en los últimos 30 días, frente al 27.2% de los chicos. Teniendo en cuenta que hablamos de jóvenes entre 14 y 18 años, y que la edad legal para comprar tabaco y alcohol son los 18 años, parte de la culpa recae en los adultos.
Esto hablando de drogas legales. Sobre las ilegales la recogida de datos se vuelve una odisea por la falta de deseabilidad social en las respuestas. Pero todos tenemos ojos. Sobre todo, los que disfrutamos bailando por las noches (tampoco voy a ser hipócrita). Y hace unos años me sorprendí muchísimo al comenzar a darme cuenta de la cantidad de personas adultas que consumen cocaína. Principalmente en las zonas rurales, dónde no llegan las drogas sintéticas. Y ante el silencio de autoridades, unos pocos se enriquecen a costa de la desgracia de algunas familias. Y en esto debemos de actuar con la adultez necesaria. Y que cada vez menos gente tenga que acudir a la gran labor del Señor Muiños.
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