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Estamos muy acostumbrados a que políticos, comunicadores y nosotros mismos prodiguemos abundante léxico y no pocas expresiones relacionadas con el campo semántico de lo bélico ... y lo deportivo. Son formas de transmitir mensajes utilizando frases hechas y vocabulario con el que todos estamos familiarizados. “Hemos vencido al virus” decía el presidente hace unos meses. Gran victoria de la mentira. “No hay que bajar la guardia” repiten los responsables sanitarios, término pugilístico donde los haya, lo cual quiere decir que debemos permanecer atentos, vigilantes y, sobre todo, prudentes. Hay que doblegar la curva. Un anuncio radiofónico insta a “dejar KO al colesterol”, mensaje cuya contundencia remite de nuevo al cuadrilátero. No sabemos si lo que propina el púgil medicinal es un derechazo, un croché o un directo a la mandíbula para dejarlo grogui o noqueado. Ante cualquier adversidad que nos conturbe o peligro que nos atenace, lo suyo es combatir, batallar, mantener a raya al enemigo, luchar a brazo partido, no dar cuartel.
Se dice que Fulano tiene una salud a prueba de bomba, que sale a pecho descubierto a buscarse la vida, que lucha a brazo partido, a pie firme, contra los elementos, que su carácter es tan inquieto y animoso que se apunta a un bombardeo. Si se nos ordena terminar un trabajo o cumplir con un compromiso, se espera que lo hagamos a toda mecha, a marchas forzadas, a matacaballo. Y si se nos pone a tiro una oportunidad, lo lógico es aprovecharla a todo trance.
Con frecuencia escuchamos locuciones tales como a bocajarro o a quemarropa. Por ejemplo, el cronista deportivo que se desgañita emocionado para explicarnos el modo en que el delantero atacó el área rival desde la retaguardia y le descerrajó a quemarropa, de un soberbio cañonazo o pepinazo, un imparable gol al atónito portero de la escuadra enemiga. El equipo rival mordió, derrotado, el polvo, y la reacción del público fue la de Troya, sin Homero de por medio; es decir, se armó la gorda, la zalagarda, vamos.
Si decimos de alguien que es buen pateador no debe inferirse que cocea con saña al rival caído en el suelo, sino que es fino y diestro a la hora de meter la bola de golf en el hoyo. Como aclaración, digamos que “patear” viene del inglés putt y, si se adaptara a nuestra lengua como tantas veces se ha hecho, el resultado lógico sería “putear”, algo que no le cuadra a tan respetable deporte. No debe confundirse con el bateador, que es quien aporrea la pelota de béisbol con el bate. De igual modo, un despellejador no es persona con lengua viperina, ni siquiera un matarife, sino un fornido jugador de rugby que rompe la línea y se lanza a por el balón a sangre y fuego. Las lenguas, como las espadas, pueden ser de doble filo. Para bien o para mal, así es nuestro lenguaje.
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