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La peregrinación por el 2020 ha comenzado y ya tenemos delante el primer sobresalto: la investidura. Las peregrinaciones son así. Ahí están las tentaciones que ... asaltan al peregrino representado en la Escalera de la Universidad de Salamanca en su marcha hacia el conocimiento o aquellas que sufrieron los Reyes Magos, según el relato del manuscrito archivado en la Universidad que recoge su historia, la Historia de los Reyes Magos, redactada en 1490 por un judío converso y hallado por la investigadora María Teresa Herrera Hernández, después de que peregrinase por varias casas ilustres. La propia Egeria, que peregrinó a Tierra Santa desde Hispania, allá por el 381, también las tendría. Escribió su viaje en Itinerarium ad Loca Sancta y esta tarde, en la Purísima, presenta un libro sobre ella y su peregrinación Enrique Bermejo, prometiendo emociones muy fuertes. No es fácil imaginarse aquel mundo del 381, ni el hispano, ni el europeo, que atravesó, y mucho menos la tierra exótica de los convulsos y misteriosos lugares santos, desde este recién nacido 2020. Egeria tuvo la suerte de verlo y volver para contarlo evitando tentaciones. O no.
Salamanca es tierra de tentaciones: a nuestro Lázaro le tentaba todo lo que fuese comestible, que no sé qué hubiese sido de él en estos tiempos; a los estudiantes les tentaba el lado oscuro de la Cueva de Salamanca y las alegrías de ciertas casas, como escribe en su diario Girolamo da Sommaia, recordando aquello de Óscar Wilde, de que lo mejor que podemos hacer con las tentaciones es sucumbir a ellas, y ni los santos se libraban, como la propia Teresa de Jesús, ni muchos menos los escritores, que, como Cervantes, cayeron enhechizados por la ciudad. Tampoco las monjas, como ya pintó nuestro Ramiro Tapia, en su “Vida Monacal”, que abre el año artístico salmantino en el DA2, y hasta el propio Jesús se ve con la tentación del diablo en el desierto y así se representa en la Catedral Vieja.
En fin, las tentaciones están ahí, en la despensa, los libros, las calles... nos asaltan en nuestra peregrinación diaria y nos sobresaltan. En los últimos instantes del año pasado, nos abdujo la curiosidad de ver el vestido de Cristina Pedroche, una tentación en sí misma, del color de las cariátides del Musikverein, sede vienesa del Concierto de Año Nuevo. Un vestido que encajaría también con los felices 20 del pasado siglo y la ostentación propia de los nuevos ricos y el tiempo del reciclado. En uno de los encuentros de estos días alguien recordó que aquellos felices años veinte del siglo pasado terminaron en el crack de 1929. Es fácil caer en la tentación del pesimismo, como estamos viendo estos días de investidura, en los que el ruido ambiental alcanza un nivel de decibelios quizá no apto para la salud, como los petardos de fin de año. El pesimismo de adivinar un reparto de regalos al que no tendremos acceso por ser irrelevantes para la investidura. Para entonces, quizá José Bono y Miguel Herrero de Miñón, que en breve visitan la Universidad de Salamanca por separado, puedan explicarnos qué ha pasado y qué puede pasar. Personalmente soy más de Herrero que de Bono, como lo soy de Valle Inclán cuando afirmaba que lo mejor de la santidad son las tentaciones. Hasta el propio José Mota cayó en la tentación de incluir en su programa de fin de año a Unamuno con un rap, que me pareció más que digno y lo firmo. Al fin y al cabo, don Miguel es de todos, como todos hemos hecho nuestra la película de Alejandro Amenábar, lo cual también es también muy de nuestro Unamuno. Un pensador hecho de tentaciones. Igual que su obra.
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