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DURANTE mucho tiempo el flan fue el postre estrella de la restauración y un regalo materno que remataba algunas cenas. A alguien le pareció poca ... cosa y le añadió nata. Una herejía digna de la hoguera porque el flan ya tiene su caramelo y no necesita más. Cuando Fernando III aún no era santo el flan ya endulzaba el mundo: los clásicos le habían llamado tyropatina, y franceses y alemanes estaban a punto de cedernos el nombre actual de flan. Esta semana el dulce de leche ha estado muy presente en la actualidad: los concursantes de Máster Chef no supieron hacer un flan, incluida nuestra Verónica Gómez de Liaño, con gran escandalera mediática; ya sabemos que el PP temblará como un flan cada vez que el vice vox de la Junta, García-Gallardo, tome la palabra; y también la monarquía se echará a temblar cuando el Emérito anuncie que viene a darse una vuelta o una regata. Como flanes. Porque el flan como dios manda debe temblar y no tener agujeros. A mi admirada Ouka Leele le faltó coronarse con un flan en uno de aquellos autorretratos que tanta atención concitaban en sus exposiciones como lo hizo con un pulpo, unos limones y un cochinillo, como aquellos del histórico “Candil” de los Estévez. En plena Movida, cuando vino a visitar el “Submarino”, en realidad Laval Genovés, el ”Puerto”, el “Moderno” y otros locales, lo hizo sin tocado real, pero ya era una de las reinas de aquella época; es más, a veces iba calva por su primer cáncer a los veintidós años. El Círculo de Bellas Artes (Madrid) colgó hace un año una extraordinaria exposición suya, que hoy sabemos que tenía algo de despedida.

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