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Mucho cuidado, señores, porque la muerte anda lista...licenciados y doctores, todos están en la lista”, canta Amparo Ochoa en “La Calaca”, recordada el ... miércoles en la Casa de las Conchas al lado de un altar de muerto, letras de poemas y canciones mexicanas relacionadas con la muerte, y un par de “santas”. Las muertes o calaveras salmantinas también nos la recuerdan, como el esqueleto de la Capilla Dorada y qué decir, por ejemplo, de la pizarra de San Julián –“los que dan consejos ciertos a los vivos son los muertos”--, o la calle del Jesús, antaño calle del Ataúd, le decían, porque era estrecha en un extremo y ancha en el otro como una caja de muertos. En ella arranca el macabro baile de “El Estudiante de Salamanca”, de Espronceda, protagonizado por Félix de Montemar y nuestra parca (Calaca, Catrina, Huesuda o Pelona allá, en México) con destino probable en la Cueva de Salamanca, puerta del inframundo. En días como este nuestros guías podrían hacer un “tanatotour” e incluso un “necrotour” por nuestro camposanto, e ir señalando, por ejemplo, a los santos de nuestras fachadas –los que están y los que hicieron volar los franceses—tanto laicos como religiosos. Varones ilustres, como los de la Plaza Mayor o el claustro de Fonseca. Noviembre, bendito mes, que comienza con todos los santos y termina con San Andrés, a quien se dedicó un convento que tuvo entre otros ilustres a San Juan de la Cruz.
En la provincia, la Moza de las Ánimas invita a rezar por las almas del purgatorio o por las que están en pecado mortal, “para que su Divina Majestad las saque de tan miserable estado”. Creo que también comiendo buñuelos se saca almas del purgatorio, uno, por lo menos, está convencido de ello y se aplica a esta noble causa. Buñuelos, huesos de santo y castañas: ya están los puestos de castañas en las calles. “pelonas son pilongas, las castañas/ asadas, y tostadas, son al fuego/ cosechas del otoño solariego/ de céreos barnices, sus calañas...” Escribió Pedro Acal. La castaña, con su “madera pulida de lúcida caoba”, según Neruda. Comida de pobres –“los que fincaron con él, no valía dos castañas”, dice el Arcipreste de Hita—pero también de ricos, con su marrón glacé, y de escolares, como a los que alimentaba el cocinero salmantino del Siglo de Oro Domingo Hernández de Maceras con sus potajes, en los que no faltaban, sí, las castañas. En la provincia, también, el “Luto de los ángeles” en San Martín del Castañar nos invita al recuerdo de los ausentes: un paseo por el pueblo, entre poemas y cantos interpretados por el Coro Francisco de Salinas, que termina en el cementerio de su castillo. Y también en la provincia, en Barquilla, veremos de nuevo a los mozos correr con los ramos prendidos, igual que los que contaban historias de miedo en los magostos de Santos a Difuntos, o tañían las campanas de madrugada, más por dar miedo que por otra cosa. Tañeron las campanas los mariquelos, y ayer, Ángel Rufino de Haro, recreó de nuevo la tradición y acción de gracias al lado de María de la O. Lleva treinta y tres subidas, unas más altas que otras, pero ahí queda el historial. ¡Arriba los charros valientes!, proclama Rufino de Haro. Allá, en México, otro charro, Francisco Avitia, “El Charro”, hizo famoso el corrido que anuncia “llena la muerte luciendo, mil llamativos colores” para reclamarle, después, “ven a darme un beso, pelona, que ando huérfano de amores”. Así, más o menos, nuestro Félix de Montemar se encaró con la mismísima muerte en las calles de Salamanca.
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