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EL fin de semana peregriné a Santiago coincidiendo con las dudas forenses sobre sus restos. ¿Son los de Santiago el Mayor o los del Menor? ... Peregriné, como digo, y después me acerqué a saludar a Raimundo de Borgoña, nuestro repoblador, enterrado junto a su esposa, doña Urraca, en la Capilla de las Reliquias de la catedral compostelana, a escasos metros de los restos de Alfonso IX, fundador del Estudio salmantino hace más de ochocientos años. Unos metros más arriba, casi junto al facsímil del Codex Calixtinus, está la sala textil del museo catedralicio de Santiago, restaurado por la Obra Social de Caja Duero. Sí, también suspiré cuando leí los textos que informan de ello. Cuando piso las calles de Santiago recuerdo lo que me dijo Camilo José Cela: hay dos ciudades en España, Santiago y Salamanca, el resto son campamentos que nadie echará de menos si desaparecen. Don Camilo era así. Hay una legendaria fotografía del escritor firmando libros en “Cervantes”, la histórica librería salmantina, cuyo último propietario, Jesús Sánchez Ruipérez, marchó hace unas horas a encontrarse con sus autores favoritos, que son muchos porque era un extraordinario lector y, en consecuencia, culto como pocos. Sabía de casi todo. También de nuestras calles y su historia, y doy fe de ello. Librero e impresor: en los setenta reeditó, por fin, la Historia de Salamanca de Villar y Macías (un clásico) y a partir de ahí muchas obras en verso y prosa de Salamanca y lo salmantino. Jesús ha marchado con menos reconocimientos de los que merecía, pero sabía mejor que nadie que en Salamanca somos así. Cuando en diciembre de 2015 cerró “Cervantes” nos vinieron de golpe muchos recuerdos relacionados con todo tipo de libros y material de papelería. ¿Quién no hizo cola en la puerta esperando para adquirir libros de texto? Hace pocos días también marchó Julio Grande, médico, marido de Maribel de Andrés, responsable de la inolvidable (nuevo suspiro) Fundación Germán Sánchez Ruipérez. Ay, qué historia la de los hermanos Germán y Jesús. ¿Habrán arreglado sus diferencias por fin?
En “Cervantes” adquirí hace siglos “De obleas y barquillos” de la añorada Marta Sánchez Marcos (otro suspiro), y este lunes quedé abducido por el talento de los cocineros finalistas del concurso de cocina con oblea. Ganó Paula Gutiérrez, pero todos estuvieron en unas décimas: la farinata Leticia Martín, el bejarano Antonio Barragán, Santiago Agree, de Montemayor del Río y Mari Luz Lorenzo, de La Alberca. Artistas de referencia en sus comarcas y en la provincia. El despliegue de obras maestras culinarias presentadas, catadas y admiradas merecen espacio en las correspondientes cartas de sus restaurantes. La cita tuvo lugar en la Escuela Municipal de Hostelería de Santa Marta, con la concejala Chavela de la Torre y el director del Centro, José Luis García, de anfitriones, y bajo el homenaje del artista José Fuentes a la gastronomía salmantina, hornazo incluido. Admiro la sencilla complejidad de la oblea, como se admira en muchos lugares del mundo gracias al esfuerzo de los Martín de Cipérez, gentes sencillas, currantes, amantes de su tierra y lo que produce.
Semanas atrás, aquí mismo, poniéndome de ejemplo, advertí de la temeridad de nuestra consejera de Sanidad sobre la reducción de las listas de espera de aquí a final de año: traslado de hospital, no hay médicos y el virus sigue ahí, y suelto el último suspiro por hoy. Las listas de espera, nuestras listas de espera, va para largo –más que otras—y haría bien la consejera, Verónica Casado, en no dar falsas esperanzas ni poner fechas porque no sabe de lo que habla. Díganos a los pacientes que tendremos que seguir aguantando con paciencia meses y meses para ser operados. En fin, le ruego que sea más discreta. O directamente cállese.
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