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Leo en las páginas de este mismo periódico que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, afirmó el domingo que “sin duda alguna, el Ejecutivo debe ... ser el más responsable a la hora de no caer en provocaciones”. Lo decía a cuento del enfrentamiento que protagonizó en el Congreso el vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, con un representante de Vox. Aunque también podría haberse referido al que tuvo lugar entre él y la portavoz del PP, Cayetana Álvarez de Toledo. Sinceramente, compadezco a Pedro Sánchez. Tener que tragarse la intolerable conducta de Pablo Iglesias e incluso pretender hacernos creer que se debe a que le están provocando, debe costarle mucho esfuerzo y alguna que otra pesadilla nocturna que, por otra parte, ya se esperaba antes de formar Gobierno con él. Más allá del indudable deber del Ejecutivo de gobernar para todos y de fortalecer la unidad de los españoles, están las formas, que sirven, entre otras cosas, para paliar nuestras imperfecciones y facilitar nuestra convivencia. Decía el cardenal Newman y se recoge en esas biblia de las buenas maneras británicas, que es casi un manual de sociología para los intelectuales, llamado Debrett’s, que la elegancia es “no hacer daño a los demás”. Entiendo que usted no se lo plantee siendo ese tipo de ser humano al que no le interesa la bondad ni el bienestar general. Porque, desengañémonos, a usted le gusta el mambo, el lío, el follón y dividir el mundo en dos para que una mitad esté a leches con la otra. Lo más curioso del caso es cómo se esmera en estar en un lado de las cosas y en el otro. Y soplar y sorber no puede ser. No se puede ser vicepresidente y tratar de desestabilizar el Congreso, el sistema y a la propia España. No se puede llamar marquesa en tono peyorativo a una marquesa que lo es y echarse luego las manos a la cabeza porque esa misma persona señale que su padre perteneció al FRAP, al que perteneció. No se puede estar en una comisión para la reconstrucción, en calidad de vicepresidente de todos los españoles y mover el gallinero acusando de intentar ser un golpista a un representante de un partido legal español, al que han votado más millones de españoles que al que usted representa y encima zanjar el asunto con una frasecita de mal gusto, propia de careo de bar. Pero es que usted es así. De pisito de Vallecas en el corazón, pero de chalet en Galapagar custodiado por la Guardia Civil en la realidad. De mangas de camisa en el discurso, pero de coche oficial en los desplazamientos. Le ha cogido el gusto a la moqueta aunque defienda el claqué de baldosa. Por eso va de agitador, para que le aplaudan en la calle, pero no quiere ni pensar en que un día dejará de ser vicepresidente... ¿Será entonces cuando empiece a defender las puertas giratorias?
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