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Dice la nueva ley de Montero que en el sexo “solo sí es sí”. Bien. Es incontestable. No se me ocurre qué especie de bestia ... puede negar este principio. Sin embargo, hay algo que no solo me confunde, sino que también me inquieta. Verán, yo no entiendo el sexo como un acto de consentimiento. No comprendo eso de que las mujeres tengan algo que los hombres quieren y que ellas conceden si ellos se portan bien. Concibo las relaciones sexuales entre hombres y mujeres (o entre hombres y hombres o mujeres y mujeres, etc.) de otro modo muy distinto. Creo que el sexo tiene que ser algo deseado por ambos y compartido por ambos y no algo consentido, que parece que solo le gusta al que se le consiente y que supone un sacrificio para quien lo consiente. No hay nada más abyecto que el sexo forzado, por lo que supone no solo de violación de la intimidad física sino también del espíritu de la persona y de los principios más elementales del ser humano. Pero el hecho de que sea tan terrible no puede derivar en que el sexo no forzado y no “consentido” sino deseado por ambas partes e incluso generado no solo por el deseo, sino también por ese sentimiento que nos diferencia de los animales, que es el amor, quede convertido en algo inexistente. Como si el sexo solo fuera una cosa física y de hombres, en vez de una actividad placentera, imaginativa y lúcida donde pueden participar la cabeza, el corazón y el sexo y que disfrutan, por igual, hombres y mujeres. Celebro -cómo no hacerlo- que todos actos sexuales obligados, impuestos y sin voluntad sean delitos de la misma consideración y que entre ellos se contemple la sumisión química como tal. También que se proteja a las víctimas. Pero me aterra que se pueda esgrimir el Sí o el No como única prueba de un delito que condena a quien presuntamente lo ha cometido solo con que se le señale con el dedo. Es obvio que hay muchas agresiones contra las mujeres, de siempre y en el mundo entero, y que la Ley debe esforzarse en protegerlas. Pero también lo es que no todas las mujeres son buenas, ni todos los hombres malos. Y ese es el verdadero principio de la igualdad: saber que entre unas y otros puede haberlos mejores y peores. “Ninguna mujer va a tener que demostrar que hubo violencia o intimidación”, dice orgullosa Montero. ¿Y si no la hubo y dice que la hubo por desamor, odio, venganza, despecho...? ¿Qué pasa con la famosa fórmula Blackstone del derecho penal que establece que “es mejor que diez personas culpables escapen a que un inocente sufra”? ¿Ustedes qué opinan? ¿De verdad desean una “justicia” que condene sin pruebas? Si han contestado que sí, que sepan que así se linchaba en el salvaje Oeste...
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