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A punto de marcharme de vacaciones, si el COVID lo permite, me llama una buena amiga y me cuenta una historia de esas que te ... dejan el alma al aire. La protagonizan dos chicas que trabajan en un club de alterne. O mejor dicho, que trabajaban. Porque murieron tras ese episodio, que apenas ocupó media página de periódico, a principios de junio. Una joven rumana, víctima de trata, esclavizada, con su vida acotada a un burdel cercano a la localidad asturiana de Llanes, no aguantaba más y decidió suicidarse tirándose a la vía del tren. Su amiga y compañera, de nacionalidad dominicana, quizás más fuerte que ella o tal vez con más familia a su espalda a la que “salvar” con su miserable ocupación, trató de convencerla de que no lo hiciera. La discusión fatal les costó la vida a ambas, al grito desgarrador de “solo quiero ser feliz” que dejó en el viento la primera de ellas. Lo de menos es de dónde procedieran. Lo más terrible, que el club en el que trabajaban sigue ahí, impertérrito, viendo pasar mujeres captadas en sus países de origen, engañadas, atadas por una deuda infinita y por el miedo a que les pueda ocurrir algo a sus seres queridos o a ellas mismas si no cumplen con lo que les exigen los proxeneta, si denuncian, si se escapan... Para tantas de estas mujeres no hay salida. Por eso algunas se la buscan en otro universo que piensan que será más justo y bello que el nuestro. Y, definitivamente que el suyo. Exista o no.
Cuando escribí mi última novela, “La chica a la que no supiste amar” (Espasa) y me zambullí en el pavoroso asunto de la trata de mujeres, no sabía que la historia de aquellas a las que escuché y por extensión, la de las demás, me dejaría tocado el corazón. Cada información que me llega sobre ellas me abre la herida. Pero quizás ésta que relato aquí, más que ninguna. La leí en su momento, pero me faltaba ese dato: la frase que salió de la boca de la suicida antes de lanzarse a las vías del tren: “solo quiero ser feliz”. Yo escribí esa novela tras descubrir eso: que estas chicas son como cualquiera de nosotras. Y que solo quieren ser felices. Que las quieran. Que las comprendan. Que les permitan tener una familia. Un trabajo. Una vida normal. Muchas creen que si se dejan morder, apenas, por los lobos, luego todo se volverá de color de rosa. Otras ni saben que los lobos las morderán. Como cualquier mujer, aunque sea en otra ocupación y en otro escenario que dependa de sus circunstancias particulares.
En estos tiempos de COVID, duros para todos, pero más aún para los más vulnerables -como las mujeres prostituidas-, es necesario hacer acto de contrición para saber cuántas cosas pasas y cuánta gente sufre, sin que reparemos en ello. Gente que tiene nuestra misma mirada y nuestra misma piel, aunque la vida le haya gastado la broma pesada de colocarle en el lugar de menos privilegio. La joven de Llanes solo quería ser feliz. Nunca tuvo oportunidad. Con la legislación actual, hubiera sido muy difícil que nadie consiguiera salvarla. Pero tampoco hubo quien lo intentara.
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