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Pronto vas a tener que demostrar si has nacido de sangre generosa o si no eres más que una cobarde que desmiente la nobleza de ... sus padres”. Así reta Antígona a Ismena a desobedecer las injustas leyes del tirano Creonte, rey de Tebas, que había prohibido el digno entierro de su hermano Polinice. “No tiene ningún derecho a privarme de los míos”, puso en su boca Sófocles, como justificación de la insumisión. Otra de las frases que subrayé, allá en el bachillerato, cuando representamos este clásico del teatro griego en el salón de actos del colegio, es la siguiente: “Por mi parte considero, hoy como ayer, un mal gobernante al que en el gobierno de una ciudad no sabe adoptar las decisiones más cuerdas y deja que el miedo, por los motivos que sean, le encadene; y al que estime más a un socio que a su propia patria, a ése lo tengo como un ser despreciable”.
Antígona ha vuelto a mi memoria esta semana, cuando escuché al representante de la patronal de las funerarias, Panasef, una asociación que hasta ahora ni sabía que existía, solicitar al gobierno que flexibilice la normativa de los entierros, a los que solo pueden asistir tres personas. “Lo mismo que hay ocho personas en un plató de televisión para hacer un programa, se puede flexibilizar la despedida a los seres queridos”, sugería Alfredo Gosálvez, desde la experiencia de quiénes se están ocupando de gestionar esa ingente cantidad de muertos invisibles, de quiénes contemplan en exclusiva los rostros de desconsuelo que a los demás se nos ocultan. Gosálvez daba en el clavo, señalando con gran teatralidad la mísera manera en la que renunciamos a la dignidad de nuestros muertos, pero llevamos al terreno de lo razonable la protección de la vida y la salud cuando se trata de esa deidad de nuestro tiempo, la televisión, devenida en propaganda. La concurrencia de los tres deudos, por cierto, se da en las inhumaciones, porque las incineraciones, que se están realizando a ritmo industrial, tienen lugar a menudo en la más estricta soledad del difunto. Hasta ayer mismo, la Empresa Servicios Funerarios de Madrid llevaba muertos a incinerar a otras provincias porque no daba abasto.
Si hemos permitido que mueran solos y que en soledad desaparezcan, sin rebelarnos, es porque en algún punto de nuestra historia hemos perdido el componente griego de nuestra civilización, la tensión leal entre el individuo y la sociedad.
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