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Jueves, 27 de agosto 2020, 05:00
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Jueves, 27 de agosto 2020, 05:00
El otro día decidí comenzar a prepararme a conciencia para los meses venideros. El invierno se acerca, como escribió Martin.
Como me gusta aprender de ... los mejores me he estudiado todos los vídeos de los grandes supervivientes de nuestros días: Bear Grylls, de la Quadra-Salcedo o Paquirrín. A continuación me surtí de papel toilet suficiente para higienizarme la bisectriz durante los próximos años; y es que, no hay forma humana de estimar el calado de la miseria en la que nuestro bolivariano Gobierno nos sumirá. Quizás tengamos que arrendar el culo para podérnoslo limpiar. Me preocupaba el tema de que, aprovechando el caos y los tumultos, unos okupas entraran en mi casa y, como no puedo defenderme con armas ni prevenir su entrada con una mina antipersona, he colgado, del pomo de la puerta y junto a una botella de jabón, un contrato laboral de treinta horas semanales en el que pago al que lo firme dos mil euros limpios al mes. Estoy seguro de que al ver esas dos cosas juntas el hipotético okupa saldrá corriendo.
En previsión de los cortes eléctricos que se producirán cuando el país no pueda comprar energía a Marruecos (sí, sí, infórmense) me he adjudicado un viejo generador de la extinta URSS que funciona con aceite usado. También he llenado la despensa con latas de atunes, tarros de conservas, pasta seca, azúcar y café. Seguramente no me dé tiempo a comérmelo todo pero en la España socialíptica quizás necesite trocar yogures por empastes dentales, balas o un par de zapatos. Por el mismo motivo, fumen o no, les aconsejo que compren tabaco pues es otro de esos productos que, llegado el caso, puede ser usado como moneda de cambio. De igual manera, en previsión de un más que posible colapso económico en el que nos embarguen las cuentas a favor del bien común —artículo 128 de la Constitución—, he sacado mis cuatro merkels del banco y los he convertido en un par de onzas de oro. He salvado el tema sanitario contactando con un distribuidor que vende genuinas mascarillas homologadas mucho más baratas de lo que le cuestan a nuestro Estado; además de antipiréticos, vendas, yodo y pastillas para potabilizar el agua. Por último he tirado la televisión por la ventana y he triturado el teléfono. Así ni Ferreras podrá cabrearme ni el CNI controlarme.
Espero y deseo, queridos lectores, que estas humildes líneas les hayan robado una sonrisa. A mí cada día me cuesta más sonreír. Me basta con dar un paseo por las calles de nuestra Salamanca, plagadas de locales vacíos y rebosantes de desesperanza; ver a la marquesa de Galapagar marcarse un posado a lo Preysler o abrir las páginas de nuestra centenaria LA GACETA, testigo gráfico de las colas del hambre, para sentir una terrible desazón al intuir el negro futuro que nos espera.
Comeremos piedras pero, al menos, no ganaron los fachas.
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