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Algo terminado en itis me ha dejado sin hablar estos días. Un frío, un exceso, qué sé yo. La fiesta estudiantil del jueves no ... fue, porque no estuve: me dio pereza. Quizás esta fuese la razón por la que este año hubo menos asistencia: la pereza. Cuando recobre la voz le preguntaré a Álvaro Juanes, presidente de los hosteleros, si no cree conveniente algún retoque al Fin de Año Universitario y, de paso, otro a la Feria de Día. En el caso de la cita navideña le vendría bien un contenido musical más atractivo, algo así como si fuese el último festival del año. El caso es que hablo nada (ver a Iceta bailar me ha empeorado) y escucho mucho, y oigo que el vecindario andaba con la mosca detrás de la oreja con el cierre de tantos bares, en concreto de “sus” bares; ayer, incluso, salió en el Telediario, pero mi radar había localizado el problema hace tiempo. Cierran bares y abren locales de apuestas, que tienen a los vecinos también mosqueados, y ahí están Marisa Martín, de Comuneros, e Inmaculada Cid, de ZOES, haciendo causa. Los bares forman parte de nuestra cultura, al contrario que los locales de juego, que hemos importado; a lo más que se ha jugado en los bares es al dominó, tute, julepe, mus y a unos boletos en mi infancia que aquello era como lo del tocomocho. Pero costaba dos reales o así. Luego llegaron las “tragaperras”, que aliviaron alguna crisis que otra, y los dardos, que nos dieron campeones nacionales...El bar era el café y el periódico de desayuno; los sucesos del barrio a media mañana, con otro café; la “mierda” de gobierno a mediodía, con chato y pincho, que salía de la cocina del bar, claro; el relax de la sobremesa con café, puro –cuando se podía—y partida, una sobremesa que casi llegaba al anochecer. En los bares hemos hecho más vida que en casa. Incluso tienen canciones, como aquella de Gabinete Galigari, y en nuestra biografía quedan encajados sus nombres -¡qué nombres!- que van del contundente “Manolo” a otros que indican la procedencia de sus jefes, como “Benidorm” o “Bejarano”, pasando por el emplazamiento, un acrónimo formado por apellidos o nombres, un suceso de moda... Y tienen libros, como el de Juan Tallón, “Mientras haya bares”, o películas, como “El Bar”, de Álex de la Iglesia, que anduvo por Salamanca hace poco. El caso es que los bares desaparecen, son una especie en vía de extinción, y los vamos a echar de menos, como ya sucede en la Salamanca vacía o vaciada. Dejo constancia de mi preocupación.
No es la “Calleja” o sea, Ventura Ruiz Aguilera, de la que tanta hostelería ha desaparecido, la calleja que inspira la nueva novela de José Luis Sánchez Iglesias, sino otra que hubo por Vidal, aunque callejas ha habido en todos los barrios. El viernes presentó el libro y ya está en lista de espera para ser leía, a ser posible antes de que publique lo que tiene previsto. Quizá nos aplaque los nervios de esta semana de espera, o sea, esperando que los que no creen en España faciliten su gobierno, como dijo ayer Alfonso Fernández Mañueco, en la comida navideña, sino a que toque de una vez el Gordo, que con alguna frecuencia hace la gracia en un bar de barrio, y corre el cava y la alegría como si no hubiera un mañana. Nadie se resiste al décimo del bar donde recala porque solo faltaba...igual que nadie dudaba que la ofrenda floral a Unamuno este año la protagonizaría alguien relacionado con “Mientras dure la guerra”. Será Alejando Amenábar y me parece una decisión acertada: ha puesto a don Miguel de actualidad. Me pregunto si una peli de bares detendría la sangría.
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