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SI en aquella metafórica guerra que hemos estado manteniendo contra el virus, nuestros héroes fueron los sanitarios, en esta más auténtica y real, aparte de ... los propios ucranianos, tendríamos que ir otorgándole los mismos galones al reportero de guerra. Es este un tipo de superhombre que, tras escuchar la primera orden de invasión ladrada por Putin, decide levantar el culo de su confortable asiento en Occidente y hacer el camino inverso a los refugiados. Plantarse, por ejemplo, en el corazón de Kiev, con casco o sin él, a contarnos entre bombardeos y lluvia de metralla, la infame película de estos días. Estamos tardando en colocar las alarmas a las ocho en punto de la tarde y salir a los balcones a aplaudirles.
De todos ellos, mi preferido es Alberto Sicilia, a quien ya seguía en twitter como Principia Marsupia, pero que en sus primeras conexiones no lo ligaba con el reportero que asoma en La Sexta con ojeras kilométricas, tras las muchas horas sin dormir entre explosión y explosión. Sicilia, doctor en física, ha estado en muchas guerras internacionales (Egipto, Siria, Gaza, Irak) pero como por edad no pudo estar en la Alemania de Hitler, es ahora en Ucrania donde parece haber descubierto la cara más terrorífica del ser humano, simbolizada en este Putin, loco e incapaz de respetar las reglas más básicas de la más absoluta barbarie.
Sospecho que la visión es tan espeluznante y cruel que se le ve confuso y un poco trastornado, como estaríamos cualquiera de nosotros si tuviéramos valor para instalarnos allí al pie del micrófono mientras silban las balas y estallan las bombas sobre nuestras cabezas.
Hace unos días, durante una conexión desde un sótano, saltó el termostato de un calefactor y confundiendo el ruido con el de un misil se tiró al suelo en un gesto de terror y susto que nos representa y lo convierte en nosotros mismos. Acto seguido se levantó pidiendo perdón a la audiencia por nada, o lo que es lo mismo, por delatar su humanidad y su fragilidad en mitad de este salvaje regreso al infierno. Mi más absoluta admiración por él y todos los periodistas que allá se están jugando la vida. Esos sí que son las auténticas estrellas de todos los que de algún modo trabajamos en el periodismo.
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