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Esta semana vacunaron, por fin, a mis cardiólogos de cabecera. Uno de ellos, Javier Moreiras, publicó en Twitter una fotografía del momento junto a ... la enfermera que le endosó el vial, al que exhibía orgulloso en la imagen mientras la inmunidad parcial de la primera dosis comenzaba a circular por su cuerpo segoviano. Luego me contó que introdujo con solemnidad ese inyectable en una caja junto a una anotación conmemorativa, y la colocó encima de la mesa a modo de recuerdo. Me trajo a la memoria esa ceremonia de origen romano de colocación de primera piedra de una construcción en la que se entierra una caja con los periódicos del día y monedas: aquí, con el vial de la vacuna, lo que se levanta es una existencia un poco más segura. Me pregunto si cuando todo sea digital esos objetos enterrados serán sustituidos por un pendrive, por ejemplo. Moreiras estaba en esas horas, con enorme ilusión, removiendo Roma con Santiago para conseguir una camiseta del Real Madrid firmada y dedicada por un histórico, Raúl, para un joven paciente aficionado al equipo merengue. Con la ayuda de Richard Iglesias y alguien más finalmente pudo ser, pero lamentablemente... Dolía leer la esquela del chaval en este diario el pasado viernes con la condolencia de la Universidad de Salamanca: era estudiante de Ciencias Económicas y de la Empresa. Jorge Galindo, se llamaba. En paralelo, el alcalde, Carlos García Carbayo, llegaba a su casa con el alta, de lo que todos nos alegramos. En breve, ha dicho, estará operativo. Y me alegro.

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