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Esta semana vacunaron, por fin, a mis cardiólogos de cabecera. Uno de ellos, Javier Moreiras, publicó en Twitter una fotografía del momento junto a ... la enfermera que le endosó el vial, al que exhibía orgulloso en la imagen mientras la inmunidad parcial de la primera dosis comenzaba a circular por su cuerpo segoviano. Luego me contó que introdujo con solemnidad ese inyectable en una caja junto a una anotación conmemorativa, y la colocó encima de la mesa a modo de recuerdo. Me trajo a la memoria esa ceremonia de origen romano de colocación de primera piedra de una construcción en la que se entierra una caja con los periódicos del día y monedas: aquí, con el vial de la vacuna, lo que se levanta es una existencia un poco más segura. Me pregunto si cuando todo sea digital esos objetos enterrados serán sustituidos por un pendrive, por ejemplo. Moreiras estaba en esas horas, con enorme ilusión, removiendo Roma con Santiago para conseguir una camiseta del Real Madrid firmada y dedicada por un histórico, Raúl, para un joven paciente aficionado al equipo merengue. Con la ayuda de Richard Iglesias y alguien más finalmente pudo ser, pero lamentablemente... Dolía leer la esquela del chaval en este diario el pasado viernes con la condolencia de la Universidad de Salamanca: era estudiante de Ciencias Económicas y de la Empresa. Jorge Galindo, se llamaba. En paralelo, el alcalde, Carlos García Carbayo, llegaba a su casa con el alta, de lo que todos nos alegramos. En breve, ha dicho, estará operativo. Y me alegro.
Entre los recuerdos radiofónicos que muchos tenemos está el del Servicio de Socorro de Radio Nacional de España. Una idea que durante la Guerra Civil nació en Salamanca de la mano del salmantino Ignacio Rodríguez Escorial, en la calle Sorias, cerca del convento de las Úrsulas. “Se ruega a don tal que se ponga en contacto con su casa por asunto familiar grave”, se decía. Y todos los que oíamos aquello compartíamos la angustia de la localización y el dramático asunto con el corazón encogido. Ejerzo de Servicio de Socorro: si tiene alguna fotografía en la que aparezcan los charros de aquella escultura de “Las Torres” en la carretera de Madrid, “bendecidas” por Manuel Fraga en 1967, obra de Venancio Blanco, ya sea de una comunión, comida de amigos, cena de una asociación o lo que fuera, por favor, póngase en contacto con Rosalía Medina (rmedina@fundaciónvenancioblanco.org) a propósito de la exposición “charra” que se va a celebrar en Salamanca. Hágame ese favor. Una exposición de orgullo charro me parece una buena forma de entrar en la normalidad post vacuna. Y también recuerdo los radiofónicos discos solicitados –“de quien ella ya sabe”—que en San Valentín y temporada de bodas y comuniones era una letanía interminable. Aprovecho para felicitar a Valentín Gallego y Valentín Castellanos, mis valentines de cabecera, en tan señalada fecha, sin que tenga disco que dedicarles, lo siento. Y a nuestro José Ramón Martín, maestro pastelero salmantino, miembro ya del Club Richemont, que es el exquisito grupo de los mejores pasteleros y panaderos del mundo. Ahí queda eso. Este año, San Valentín, es Domingo de Carnaval. ¿Pero qué carnaval? Días atrás, cuando el agua corría por las calles e íbamos con las mascarillas parecía que estábamos en el Carnaval de Venecia, pero ahora mire qué tiempo.
En fin, las vacunas van entrando en lo cotidiano, tanto que a estas alturas admitimos ya hasta la “rusa y lo que nos pongan”, dijo con mucha gracia una paisana en la cola del Mercado al tiempo que pedía unas acelgas. Así estamos.
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