Ser valiente
Lunes, 17 de octubre 2022, 05:00
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Lunes, 17 de octubre 2022, 05:00
Dicen que hay que ser muy valiente para empezar la vida en otro país. O directamente en una gran ciudad. En otro sitio. Lejos de tu gente. Mudarte a Londres o Berlín. O a Lavapiés o a Chueca. Todo para forjarte un futuro. Como si ... fuese una cosa del destino que estuviese escrita en un libro que narrase el devenir de tú existencia. Si me preguntan, todo mentiras. Quizá haya personas que busquen vivir “aventuras” lejos de casa, por lo maravilloso y enriquecedor que supone para la vida conocer otras cosas. Porque sí, viajar, conocer, experimentar, probar deberían de ser cuestiones implícitas de nuestro ser. Pero seamos francos: somos fruto de nuestro ambiente.
Sí, está genial la idea de que irse de casa, de tu pueblo, de tu barrio, es avanzar en la vida. Y me tomo la licencia de hablar de esto después de irme a más de 10.000 kilómetros de Lumbrales. Pero ¿acaso implica el tener que marchar el único modelo de éxito? ¿Es emigrar a Madrid o a otra capital la vía para “avanzar” en la vida? ¿Avanzar hacia dónde? ¿Acaso el que vive en Vilvestre no va a tener éxito ni a avanzar en la vida? El sistema de suma de voluntades que ha marcado la doctrina de las sociedades neoliberales contemporáneas nos ha tatuado en la piel que el único modelo válido es el de participar de espacios masivos en los que ser un engranaje productivo y de consumo más. ¿Sería entonces valiente el que opta por esa senda a la que vitalmente te empujan?
En una tierra como esta nuestra, lo realmente valiente es quedarse. Porque aquí, en esta tierra yerma, buscarse un futuro vale el doble. Y no es ni chovinismo ni arraigo: aunque a algunas personas le sorprenda, hay gente que no tiene ni medios ni condiciones para, siquiera, plantear marcharse. Valiente es el que tiene que aceptar que su vida es esto. Y adaptarse. La persona con discapacidad que a las siete de la mañana ya está con la escoba recogiendo las colillas del suelo. El migrante de segunda generación que te sirve la caña mientras aguanta comentarios xenófobos. El que tiene que aguantar la homofobia de sus convecinos porque su medio de vida es el campo. El que, en definitiva, no puede huir de aquello por lo que otros tantos huyen. Lugares que abrazan cariñosamente a los turistas mientras expulsan a jóvenes por miles.
Y esto no tiene atisbo de que vaya a cambiar. Dice el Instituto Nacional de Estadística (INE), en su proyección para los próximos 15 años, que España ganará más de 4 millones de habitantes (4.236.335 exactamente, un 8,9% más). Mientras tanto, Castilla y León perdería 96.888 personas, un -4,1%. Nada nuevo bajo el sol. Y quien crea que, con teletrabajo, rebajas tributarias a multinacionales de paraísos fiscales y políticas rancias sacadas del ideario del Opus Dei, la situación se va a revertir, está apañado. Se necesita no solo un cambio de modelo económico que permita generar expectativas de futuro y la posibilidad de quedarse, sino también un cambio en el modelo cultural, en la mentalidad, para que no solo sea posible quedarse, sino que querer quedarse sea también una opción real. Sé que el abandono de las altas instituciones no ayuda. Ni los gobiernos locales sustentados por caciques aferrados a sus sillas. Ni el carácter seco y recio que se nos suele atribuir. Ni el: “tú, hijo, estudia y vete”. Pero en algún momento debemos entender que nuestras ciudades, por muy pequeñas o muy medianas que sean, y nuestros pueblos, aunque estén literalmente en el culo del mundo, también pueden ser espacios para modelos de éxito y donde se te permite eso de “avanzar en la vida”. Aunque solo sea para que, parafraseando a Sabina, “ser valiente no salga tan caro; ser cobarde no valga la pena”.
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