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Si alguien puede ponerle banda sonora a nuestra entrada en los felices veinte post pandémicos es “Lulu and the rockets” con su cantante, Clara Martín ... y su encantador aire “vintage”. Un nuevo tiempo en el que ya podremos prescindir de vivir como si no hubiera Semana Santa, ni gimnasios, barras en los bares y mesas en los restaurantes, ni centros comerciales, por ejemplo, como acaba de sugerir nuestro Gobierno regional, que en lógica consecuencia prepara un decreto suprimiendo las vacaciones y el carácter festivo del Jueves y Viernes Santo. Espero que ese decreto no elimine las torrijas. Vivir pensando en mañana es más aburrido que hacerlo como si no hubiera un mañana, que a veces pensamos que no lo habrá. Nada como swing y rock and roll para oficiar esa entrada en los nuevos felices veinte, y una buena sesión de soul con Victoria Mesonero -“No cantes Victoria”- para el momento de quemar las mascarillas en un auto de fe público en la Plaza Mayor y pasar de pantalla. Y a partir de ese momento, vivir lo que venga con el pellizco flamenco y gitano de nuestra Begoña Salazar, voz de las Migas, y olvidar lo que habremos dejado atrás, que es mucho e inolvidable. Canciones para después de una pandemia, podría decir nuestro Basilio Martín Patino, que tuvo entre sus discípulos a Chema de la Peña (imprescindible su 23-F) y formando parte de su cadena de valor a Mariela Artiles, la directora del documental que esta noche emite la “2” de nuestra Carmen Martín Gaite, y que nos recomienda en su Twitter el libro de David González Couso “El rastro del verano” como itinerario para leer a la escritora de “Entre visillos”. Ahora que el alcalde, Carlos García Carbayo, ha vuelto al tajo tras pasar la enfermedad, debería considerar el que la Plaza Mayor tuviese un medallón de nuestra escritora para inaugurar la verdadera normalidad y de paso incrementar el tono femenino de nuestro medallero. En su caso, también feminista. Lo que Alberto Estella escribió ayer de ella aquí debería ser suficiente para acreditar méritos. El relieve deberá tener muy en cuenta la melena y la boina de nuestra escritora, esa boina que uno vio cómo la agitaba mientras cantaba eufórica “Salamanca la blanca” el día que recibió el reconocimiento de la Institución Cultural “Alfonso X”, del inolvidable José Luis de Celis. Estuve en su entierro en la Sierra de Madrid, supongo que con su inseparable boina, en una tarde de verano luminosa y muy triste.

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