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No me atrevería a decir si esta Semana Santa ha sido como las de antes o simplemente es la que tenía que venir con el ... después. En realidad, hemos llegado a ella arrastrados por la inercia de un tiempo extrañísimo donde la pandemia, la política y la guerra nos habían bloqueado buena parte del cerebro y nos habían mermado las ganas.
Aun así, la gente se ha echado en masa a la calle para llenarse de aire y poner la primavera en las penumbras de los ojos. Salamanca capital, a rebosar, toda ella en latido turístico y cofrade. Los pueblos de la provincia salmantina alegrando la despoblación con la llegada de forasteros y los hijos del pueblo que “viven y trabajan fuera” y que han vuelto al sencillo encuentro con lo suyo. Todo ello ha sido muy bien recibido por las cajas registradoras de los pequeños establecimientos rurales, tan en larga agonía.
Pero se hacía necesario darle un descanso al magín antes de volver a despertarnos con los ladridos de los perros: la inflación, el parón en el crecimiento económico, esa deuda pública que nos sitúa en los horizontes de todos los naufragios. Aunque no hayamos querido hablar de ello durante estos santos días. Algo de mucho más adentro de nosotros nos ha arrastrado a una enajenación transitoria enormemente saludable, y hasta hemos prescindido de las mascarillas para abrazarnos y sonreírnos.
Los Nazarenos de la Pasión y las Vírgenes de todas las soledades, aquí y allá, han sido abrazados por las multitudes con un ansia de paz apremiante y con un silencio penitente, casi espectral, pero al mismo tiempo jubiloso. Hacía muchísimos años que no recibía tantos mensajes para desearme una feliz Pascua de Resurrección. Y he querido entender que no ha sido mera casualidad. Más allá de la resurrección eterna y cristiana que pidamos para nuestros difuntos, los vivos estamos necesitados de que algo nos devuelva a la esperanza de la vida, aunque sepamos que, cada día que pasa, podemos decidir menos.
Por este motivo se han agradecido tanto las estampas semanasanteras en la prensa y en los medios de comunicación. GACETA, el más mío, ha hecho un soberbio despliegue procesional e informativo. Nunca creí que el paso de los Crucificados se nos fuera a hacer tan generoso, tan amable y tan manso. A partir de hoy ya todo cambiará y los titulares volverán a sonar como las temibles aldabas de las puertas de los infiernos. Menos mal que hemos cogido un poco de aire para soportarlo y, en nuestra memoria, acopiado unos cuantos días dulces para recordarnos que aun son posibles el sol y la buena gente. ¡Cachis! ¿Por qué habrá de correr el reloj?
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