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Hay ciertas ocasiones en las que las noticias fluyen como un todo continuo, con un hilo interconector que permite hilvanar realidades muy dispares. Y así ... me topé con un par de titulares: el primero reflejaba la venta de un pueblo entero, abandonado hace décadas, por 100.000 euros; el segundo sostenía la idea de trasladar el Tribunal Supremo a Castilla y León, en una suerte de descentralización compensatoria que se había sacado del sombrero un estudio de la Generalitat Valenciana. La invitación a cruzar ambos asuntos era irresistible, como un helado de pistacho y mora.
Y en estas me vi al señor Lesmes, con su toga de presidente del Supremo, paseando por el empedrado antes de entrar en la sala para juzgar a este o aquel corrupto. Lo bonito que nos iba a quedar el paseíllo ante los fotógrafos de todos acusados de postín, entre la iglesia y el teleclub de Antonio, que fue de los pocos que no se fue a Alemania. Con el aire del campo desintoxicando estreses y ansiedades propias del contexto judicial.
Al margen de bucolismos más propios del surrealismo rural, lo cierto es que no estaría de más lo de ir ‘descentralizando’ el país. Así, en general. Y no es mal paso empezar con las instituciones que arrastrarían a miles de funcionarios, asiduos a la maleta y la mudanza, para compensar la pérdida de población en nuestras provincias. No creo que sea muy difícil encontrarlos a tenor de un curioso mapa que hace poco cayó en mis manos. Mostraba cómo el 42% de los nacidos en Salamanca residían en otras provincias españolas. Porcentajes que se disparaban en casos como el de Zamora (50%), Ávila (52%) o Soria (53%, el más alto del país).
No sería mal ejercicio para una administración que se precie de hacer todo lo posible para luchar contra la despoblación preguntarles a todos esos exiliados si ellos volverían a su tierra si fuera posible y qué necesitan para tomar esa decisión. Sin llegar a poder dar lecciones demoscópicas, si hiciera un barrido entre mis contactos estoy seguro de que más de la mitad regresaba ‘al olmo viejo, hendido por el rayo’ que cantaba Machado. Volver a casa. El problema es el de siempre: el trabajo; porque volver casi siempre significa perder dinero y categorías profesionales por el camino. Demasiado esfuerzo y sacrificio.
Así que lejos de rechazar cantos de sirena trufados de electoralismo, si yo fuera político me pondría el primero en la fila de esta ‘descentralización’ institucional, empresarial o mediopensionista, la que sea. Es más, abanderaría la exigencia para que los de traje y corbata que mandan dentro de la M-30 saquen el periscopio para mirar al resto del país. Ventajas hay, y muchas, solo hay que moverse, venderlas y promocionarlas, porque sentados en el escaño del teleclub de Antonio nadie nos va a venir a buscar. A no ser que sea como acusados de una causa de las gordas, de las del Supremo.
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