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Hace años Luis Aragonés, aquel genio de barrio que nos quitó la cara de sempiternos perdedores futbolísticamente hablando, utilizó un curioso ejemplo para exculparse de las acusaciones de racismo tras una arenga al desaparecido Reyes. El Sabio de Hortaleza, como siempre ni corto ni perezoso, ... explicó a la prensa internacional que no podía ser racista porque tenía amigos en todo el mundo y uno de ellos era de Japón. Para aliñar la anécdota explicó que ese amigo era sexador de pollos. “¿No sé si sabéis lo que es?”, preguntó. “Se dedican a decir el sexo de los pollos y sólo equivoca dos por mil”. Si algo consiguió Luis, era más listo que sabio, fue desviar la atención hacia la rimbombante profesión del colega. Y entonces supimos que los sexadores pasan 12 horas mirando el trasero de las aves para determinar, en apenas unos segundos, sin son machos o hembras con un mínimo margen de error. Imagínese así día tras día.
¿Por qué le cuento todo esto?, me dirá usted con razón. Porque la de sexador de pollos está entre las profesiones que casi nadie quiere, como la de los matarifes o los enterradores. Hasta aquí todo más o menos lógico. Lo raro es lo que empieza a pasar en Galicia, en Bilbao, en zonas del sur y también en Salamanca. La hostelería no encuentra camareros a pesar de nuestra tasa de desempleo. Busque usted las razones que quiera. Los salarios, el convenio... Pero creo que por encima de todo está la dureza de esa profesión. Piénselo cuando levante la mano para pedir detrás de la barra o cuando haga el gesto de escribir en el aire para que le traigan la cuenta. Quien le sirve la caña o el vino lo suele hacer a cambio de horarios infinitos, fines de semana, nula conciliación, sobreesfuerzos en los festivos... Y no sigo porque entonces acabará usted prefiriendo ser sexador de pollos.
Se lo digo por experiencia. Cuando era un chaval trabajé como camarero en el desaparecido bar Llamas para permitirme algún capricho. Aquellas pesetas costaban muchas horas y más sudores. Todavía recuerdo la cantidad de paseos para servir una mesa – cubiertos, pan, servilletas, tomar nota, primer plato, segundo, postres, cafés, la cuenta... O la cantidad de vinos, cervezas, pinchos y copas servidas hasta acabar la jornada, tras recoger las mesas y rellenar las cámaras frigoríficas. Aún admiro a Sito que estuvo al frente del negocio desde niño a pesar de las esclavitudes.
Seguramente por eso los jóvenes no quieren ser camareros. Todo un desastre en un país que vive entre otras cosas del turismo y que si algo necesita son buenos profesionales en el sector. Así que habrá que invertir en formación y hacer el oficio más atractivo, como ha ocurrido con los cocineros ahora llamados “chefs”, para mantener la industria. Ahora mismo, no me pregunte usted si necesitamos muchos sexadores de pollos. Lo que tengo claro es que nuestra economía sí necesita buenos camareros.
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