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Italia, siglo XV: Girolamo Savonarola revoluciona Florencia con sus encendidos sermones y sus exaltados y provocadores mensajes. Este predicador dominico emprendió una batalla política, religiosa ... y profética a finales de ese siglo, después de haber ascendido peldaños en la jerarquía eclesiástica, el último de los cuales fue el de prior del convento de San Marcos. Savonarola atizaba la rebelión del pueblo contra los impuestos y abusos de las clases dirigentes, la corrupción económica y política. Propuso una reforma fiscal, la supresión de gabelas, que atosigaban a los más pobres, gravar las fortunas de los más ricos y la amnistía para los condenados con anterioridad a la expulsión de los Médicis de Florencia. Desde el púlpito pidió cortar cabezas en el papado –a la sazón el Sumo Pontífice era Alejandro VI, todo un portento de iniquidades y corruptelas vaticanas, al que el fraile tildaba de “tirano y faraón”.
El dominico sabía utilizar el doble lenguaje con una maestría reconocida hasta por el propio Maquiavelo que, como otros contemporáneos, le acusaba de falso profeta (“profeta desarmado”, le decía). En sus sermones, unas veces era tronante y apocalíptico; otras, relamido, humilde y moderado. Algún historiador lo ha descrito como un experto en “desaceleraciones tonales”. Clamó contra las “ferias de las vanidades” y hasta fundó un movimiento juvenil y reformista: los llamados “ángeles guardianes de la moralidad”. En la primavera de 1497, ante una situación social adversa por causa del hambre que atenazó Florencia, echó mano de su lenguaje más agresivo y alentó los motines populares de los “arrabbiati” frente a los partidarios de los Médicis.
España, siglo XXI: Ha llegado un nuevo Savonarola, el vicepresidente del gobierno. Un agitador social entre oscurantista y misticista; un tumbafornos dispuesto a redimir a los parias de la tierra, a los harapientos y mendigos con sus discursos exaltados unas veces, frailunos, otras. Si el Savonarola original quiso ganarse el cielo, este prefiere asaltarlo directamente. No es un gran intelectual, pero sí posee el don de arrastrar multitudes y embaucar a sus votantes. Posiblemente se hubiera ganado también la admiración de Maquiavelo. No es, como Aquiles, “el de los pies ligeros”, ni como Héctor “el de tremolante penacho”. Es un vividor de la política. Con éxito, hay que reconocerlo. Con astucia y capacidad de arrastre entre sus abducidos incondicionales. Ha sido capaz de pasar en pocos años de contertulio de Intereconomía TV a imprescindible de la Sexta.
Y para eso hay que valer. En muchos aspectos supera con creces al dominico de Ferrara. Ahora estamos en otro tiempo histórico. Pero no olvidemos que a Savonarola sus incendiarias diatribas acabaron por chamuscarle las barbas. Literalmente.
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