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Nuestros museos están acicalándose para la fiesta de mañana. Ya sabe, peluquería, maquillaje y alguna ropa de estreno. Fiesta mayor: el Día Internacional de los Museos es mañana. Aquí, en Salamanca, tenemos museos desde 1835 cuando se inaugura el actual Museo de Salamanca, que de los museos salmantinos ha sido el más nómada: le costó asentar sus reales piezas, pero ahí está, en esa maravillosa Casa de los Doctores, de los Álvarez Abarca, por la que deambulan los fantasmas de los Reyes Católicos, Francisco Maldonado, su esposa, Fray Luis de León… Los restos del fraile fueron rescatados un poco más allá, debajo de las ruinas de lo que fue su convento.
Un museo que fue nómada porque anduvo entre el Palacio de Anaya, el convento de San Esteban, las Escuelas Menores y hasta la Casa de las Conchas. Y nació por aquello de no tirar a la escombrera restos desamortizados de aquí y de allá, porque en Salamanca la desamortización hizo de las suyas tanto como la dichosa francesada.
Dicen que el próximo museo será el de la Salamanca invisible, desaparecida, destruida… desamortizada, y ahí se verá (espero) el destrozo. El Liceo, por ejemplo, está hecho con piedras del monasterio jerónimo donde se halla Mirat, y la iglesia de San Juan de Sahagún con piedras de Santa Eulalia, San Justo y San Mateo. Va a ser un museo muy emocionante.
Pues eso, con piezas desamortizadas comenzó la carrera museística salmantina, que está llena de sorpresas. Por ejemplo, ayer, que fue el Día de la Luz –le juro que es verdad—algunos nos acordamos de que el Museo de Historia de la Automoción fue fábrica de luz, casi de la primera luz eléctrica que tuvo Salamanca.
Nos lo contó en su día entre sus restos el promotor del Museo, Demetrio Gómez Planche. Restos eléctricos que habían sido de Iberdrola. La Casa Lis, museo modernista, fue casa de don Miguel de Lis, pero en su devenir ha habido de todo: residentes para olvidar, como Millán Astray, o drogadictos que escondían allí sus viajes. La colección de don Manuel Ramos Andrade puso las cosas en su sitio.
El Museo del Comercio fue el aljibe o depósito en el que se guardaba el agua que subía por la tubería que dio nombre al Camino de las Aguas; sobre él se construyó después un formidable depósito y fue sede de bomberos y la primera grúa municipal. Hoy es Museo del Comercio y de la Radio. Hacer un museo dentro de la Catedral es asunto serio porque toda ella lo es, desde el gallo de la veleta a los objetos litúrgicos de su monumental sacristía.
El Cielo de Salamanca es en sí mismo un museo que se complementa con toda la arquitectura universitaria y un Museo del Estudiante, virtual y adictivo; igual que el Museo Episcopal, el más reciente, no se entiende sin ver las catedrales salmantinas, lo mismo que el Museo Taurino tampoco se entiende si uno carece de una mínima noción cultural de tauromaquia, qué se yo, que Picasso adoraba a los toros, o que fue materia de inspiración para Lorca, por ejemplo. Unamuno no tuvo buena relación con la materia.
La Casa Museo de Unamuno tiene también su singularidad por el continente, que fue casa rectoral, y el contenido, enseres, cartas y libros de don Miguel, que vinieron de otra casa; y singular, también, porque su promotor, Antonio Tovar, la puso en marcha casi a escondidas en un tiempo en el que la Iglesia repudiaba a Unamuno, quizá por todo lo que se preguntaba. Fe y preguntas no tienen buena relación, al parecer.
Hay otros espacios en Salamanca que también se llaman museos, pero yo no los llamaría así, y otros en la provincia que lo son con mayúsculas y encima son tremendamente desconocidos.
No he visto en el programa de los candidatos que se propongan más museos, pero no es fácil acceder a los programas. Si me preguntan diría que nos falta ese Museo de la Ciudad, que tuvimos; y que la Memoria Histórica o los libros merecen otro, pero es que a mí los museos me fascinan. Por eso hoy escribo de ellos y le animo a verlos –incluso verlos de nuevo—este jueves, que es su día y es gratis hacerlo.
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