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Ahora todo es “premium”, lo mejor, la máxima calidad; los callos son “premium” (los más ricos de Salamanca siguen siendo los de “La Posada” y “ ... Los Charritos”), las copas lo son también, los coches, los hoteles... Pero lo triste es que a cualquier cosa ya le ponen la etiqueta “premium”, abusando básicamente de la ignorancia y buena fe del personal, cuando en realidad son productos o servicios que no pasan de ser sucedáneos de algo muy bueno o de moda. Lo exclusivo no es sólo un “packaging” de cuidado diseño que entre por los ojos, sino que es todo un complicado y costoso proceso dedicado a lo excelso, a la más alta calidad, casi rozando lo único.

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