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Lo dijo Jean-Jacques Rousseau hace 3 siglos. Permítame recordárselo hoy para poner a Salamanca como ejemplo. Fue el filósofo quien dijo que “las ciudades son el abismo de la especie humana”. Fue él quien anticipó una realidad que seguramente sea mucho más verdad ahora ... que entonces. Las ciudades, sobre todo las grandes, son cada vez más inhumanas y están cada vez más deshumanizadas. La convivencia se extingue y en algunos casos se sustituye por la supervivencia. Cada vez somos más en menos sitios y parte de ese abismo consiste en haber reducido el espacio de las personas, para dárselo a los coches. Por eso déjeme hoy poner a Salamanca como ejemplo, como escuela. En esto estamos por delante. Pocas ciudades, como la nuestra, comprendieron hace muchos años que las metrópolis son ante todo para vivir y que el urbanismo es una herramienta para construir calidad de vida y no para destruirla.
La efeméride ha pasado de largo aunque la fecha merecía mucho más. Este año se cumplen 25 años del comienzo de la gran peatonalización de la ciudad. Llámeme exagerado si quiere, pero para mí esa es una de las grandes revoluciones que hemos visto en muchos años. A mí aquel cambio, me pilló trabajando en la emisora de Antena 3 Radio. Fueron muchas las voces en contra. Recuerdo el miedo del comercio y las manifestaciones contra los adoquines. Aun así, Jesús Málaga lo hizo y el resto de los alcaldes lo han mantenido y lo han multiplicado. Primero fue la Rúa, después las calles Zamora y Toro y así hasta las 205 vías que son ahora patrimonio de los paseantes.
Parece sencillo pero esa cuestión resuelta en Salamanca hace 25 años es hoy uno de los dramas de Madrid y de la mayoría de las capitales europeas. Muy pocos alcaldes se atreven a conjugar el verbo peatonalizar y por eso dan vueltas a la rotonda del debate, sin saber salir de él. Londres, por ejemplo, aplica una tasa de congestión, Berlín exige una pegatina verde, Roma alterna matrículas pares e impares y Madrid actúa a golpe de análisis diario de la contaminación para aplicar un criterio u otro. Un caos que usted, afortunadamente, puede presenciar solo como espectador.
Por eso, créame si le digo que ese también es un patrimonio de esta ciudad. Quienes nos visitan lo valoran y para los que venimos, siempre que podemos, es todo un lujo. Piénselo, usted que puede, caminando por ejemplo por la calle Compañía, esa que para Unamuno era “un escenario secular, en piedra y oro”. O medítelo por la Rúa, entre conchas, comercio y vida rumbo a la Catedral. Déjese perder en un paseo interminable, eso sí, recuerde que por allí un día, aunque parezca increíble, pasaron los coches. Disfrute de Salamanca paso a paso. Hágalo despacio, usted que está fuera de ese abismo en el que se han convertido algunas ciudades.
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