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Al hilo de mi columna del pasado jueves (La terraza de Cañadío), y con la Navidad en puertas -sinónimo de tantas cosas, pero sobre todo ... sinónimo de vida-, quisiera volver una vez más sobre uno de los temas que más me preocupan desde hace décadas: la necesidad de hacer ciudad, de hacer una Salamanca más vital, más abierta, más moderna, más cómoda... y sí, más rica, pues Salamanca al tiempo que se empequeñece, se empobrece a pasos agigantados, y no hace falta ser un experto en macroeconomía para sentir tan brutal debilitamiento.

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