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EL pasado domingo, en Valencia, se bajaba de la moto el astro italiano Valentino Rossi. El mítico 46 deja detrás una estela de cifras escalofriantes ... a sus 42 años, una edad imposible para estar en la élite de MotoGP, una de las categorías deportivas más sacrificadas, exigentes y extremas que existen. Rossi se va a casa con nueve títulos mundiales, siete de ellos en 500 c.c. y MotoGP. Una fiera.
Aunque al contrario que mi amigo Iván, con quien tengo pendiente una salida por el monte con las KTM, yo no he sido nunca muy “rossista” en sus 26 años en el Campeonato del Mundo, 22 de ellos en la máxima categoría, pero Valentino ha sido mucho Valentino. En lo deportivo, el mejor con permiso de su compatriota Giacomo Agostini, y en el espectáculo sin duda el número 1, con sus celebraciones, con su mercadotecnia, con sus cascos, con sus polémicas, algunas de las más sonadas con “mi” Marc Márquez.
Pero no voy a escribir del Rossi súper piloto, del “doctor” Rossi del que los aficionados lo sabemos todo y le hemos visto casi todo, siempre dando la batalla y el “show”. Quiero escribir del Rossi genio y figura, un hombre que, como indicaba, se marcha con 42 años, y aunque le han sobrado al menos las dos últimas temporadas, literalmente arrastrándose por los circuitos, lo cierto es que ha estado ahí, resistiéndose a abandonar, a jubilarse, eso que tanto le gusta a la gente de hoy de sesenta, de cincuenta años y hasta de menos.
Mucho se ha criticado la terquedad del italiano para poner pie a tierra: una vergüenza -decían- verle gran premio tras gran premio en el fondo de la tabla en lucha con pilotos a los que doblaba en edad... La calle sólo quiere campeones, éxitos, champán... Amor y lujo, vamos. La calle no quiere ver a Rafa Nadal con su rodilla maltrecha, a Fernando Alonso con una cafetera por bólido... La gente sólo quiere ganadores en los que enjuagar sus propios fracasos y miserias. Pero Rossi sólo ha querido disfrutar hasta que ha podido con lo que mejor sabe hacer, pues ya no habrá una segunda parte, o más victorias y grandes premios. Game over. Por eso Rossi ha alargado su “trabajo” hasta la extenuación, sin importarle que él, el gran Valentino Rossi, acabara el último. Ese es el espíritu del que hay que aprender: las ganas por hacer, por sumar, por dar lo mejor de nosotros mismos... aunque no sea mucho. Aunque sólo sea saber a qué sabe el polvo. Ciao Doctor.
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