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Un humilde cura de aldea en Galicia explicaba a sus fieles el misterio de la Santísima Trinidad del siguiente modo: “Es como el nabo, la ... nabiza y el grelo, todo en la misma planta, pero tres partes distintas que forman una unidad”. Le faltó añadir que la fe alimenta espiritualmente, pero los grelos son ingredientes mucho más aprovechables en el caldo gallego. A buen seguro que ni el cura —al que me imagino bondadoso, de sotana con rebrillos en las coderas, servicial hasta el sacrificio, amante de su grey, con zuecos y bonete— ni la feligresía de su parroquia serían capaces de comprender que en pagos lejanos existen iglesias nadando en la abundancia, a cuyos seguidores los misterios teológicos más sutiles se les explican a golpe de chequera mientras atienden a encendidas prédicas con fondo coral de vistosos atuendos y otras músicas sacras en alta fidelidad.

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