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YA he perdido la cuenta de los años que los besugos y los que viven del cuento llevan hablando de la “reforma laboral” de la ... ex ministra del Gobierno de Rajoy, Fátima Báñez, y su derogación; una reforma de la que muchos hablaron y hablan como un gran paso para dinamizar el mercado de trabajo, pero que apenas supuso mejora alguna más allá del abaratamiento de los despidos. Al margen de los intereses empresariales, legitimados por el riesgo, lo que la sociedad española pedía y pide a gritos es una liberalización de la encorsetada y leonina legislación laboral, hecha, como tantas cosas en la España miedosa y populista, para saciar a los agradecidos estómagos sindicales y comprar votos al incauto, al infeliz, al vago profesional. No nos engañemos: los derechos de los trabajadores siempre han sido una cortina de humo para lavar conciencias y hacer rehenes ideológicos, no para mejorar ni la productividad ni el bienestar social. Sólo se ha conseguido perfeccionar la picardía y aceptar el fraude (las bajas, deporte olímpico), manteniendo sin embargo unos sueldos muy bajos para poder vivir, pero estratosféricos si los asociamos al rendimiento. Por lo tanto, seguimos en las tinieblas que traen la atrevida ignorancia. La falta de políticas laborales modernas, avanzadas y sobre todo valientes sólo ha conducido a tener peores empresas (o su desaparición), pésimos trabajadores, y tóxicas relaciones humanas.

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